Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta
Queridos hermanos y hermanas:
«Cristo, el Señor, para dirigir al pueblo de Dios y hacerle progresar siempre, instituyó en su Iglesia diversos ministerios que están ordenados al bien de todo el Cuerpo» (Lumen gentium, n. 18).
Estos días, en nuestra archidiócesis burgalesa, hemos tratado este tema tan importante de la ministerialidad y los ministerios en la Iglesia. Y puesto que la Iglesia, en sí misma y como Pueblo de Dios, es una realidad ministerial, considero esencial recordar las misiones de lector, acólito y catequista. Porque en el Cuerpo de Cristo –que es la Iglesia– «no todos los miembros tienen la misma función» (Rom 12, 4).
En la Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, se nos dice que el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, «aunque diferentes esencialmente y no solo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo» (n. 10). De este modo, señala que los bautizados «son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo», para que, por medio de toda obra «ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien el poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz (cf. 1 P 2,4-10)».
Hoy, cuando pienso en tantos laicos que hacen, de la Iglesia, un hogar de discípulos de Cristo, revivo su manera de ofrecerse como hostia viva, santa y grata a Dios (cf. Rom 12, 1), testimoniando el amor de Dios y donándose, de principio a fin, proporcionando razón de la esperanza de la vida eterna que hay en sus corazones (cf. 1 P 3, 15).
Los ministerios laicales al servicio de la Palabra de Dios, de la Eucaristía y del anuncio y la transmisión de la fe suponen una oportunidad «preciosa» de «renovación pastoral», tal y como revela el documento Orientaciones sobre la institución de los ministerios de lector, acólito y catequista, elaborado por las Comisiones Episcopales para la Liturgia y para la Evangelización, Catequesis y Catecumenado de la Conferencia Episcopal Española. Una oportunidad en clave de fe y acción pastoral que enriquece a la Iglesia y la hace más corresponsable y fecunda.
También nosotros hemos reflexionado sobre esta importante misión de los laicos, que nace de su propia vocación bautismal, y hemos elaborado orientaciones para que estos ministerios sean una realidad en nuestras parroquias y la progresiva constitución de unidades pastorales que supongan un nuevo impulso evangelizador de nuestras comunidades.
«La ministerialidad de la Iglesia no puede reducirse solo a los ministerios instituidos, sino que abarca un campo mucho más amplio», dijo el Papa Francisco el año pasado a los participantes en la Asamblea Plenaria del Dicasterio para los Laicos, Familia y Vida. En efecto, en Cristo todos hemos sido constituidos discípulos misioneros y servidores, de modo particular de los excluidos, empobrecidos y heridos de la vida.
Por ello, quisiera dirigirme, de manera particular, a cada uno de vosotros, edificadores de una Iglesia que jamás serviría de la misma manera si no fuera por vuestro servicio y por vuestra ilimitada compasión.
Queridos servidores del Verbo: cada uno de vosotros, como fieles que desean continuar la misión del Señor Resucitado, debéis llevar adelante la tarea que Cristo os ha encomendado, siendo fieles al mandato que el Espíritu Santo ha puesto en vuestro generoso corazón. Los ministerios, gracias a vosotros, son y serán un bien para la Iglesia, un don para el mundo y una esperanza que sana, consuela y acompaña.
Cada vez que leáis la Palabra de Dios y la voz del Espíritu resuene en la proclamación; cada vez que sirváis en la celebración eucarística; cada vez que anunciéis y sirváis a Cristo, siendo presencia viva y transmitiendo la fe a quienes anhelan escuchar la voz del Espíritu… Cada una de estas veces, sois la Palabra encarnada que se hace vida por medio de la palabra humana.
Hoy, pongo cada una de vuestras vidas en las manos maternales de la Virgen María, para que Ella os ayude a continuar con el mandato misionero de Cristo (cf. Mt 28, 19-20). Nunca temáis por vuestros corazones de barro al postraros, cada día, a los pies de los demás; el Amor todo lo reconforta. Y recordad siempre lo que Él nos enseñó: «El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será esclavo de todos» (Mc 10, 43-44).
Gracias por la preciosa misión que cumplís al servicio del Pueblo de Dios.
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga