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De su costado mana abundante sangre, al igual que de las llagas de manos y pies. Su cuerpo está salpicado de laceraciones y de cada herida brotan tres gotas de sangre. Su aspecto delata que se trata de un Cristo vinculado a la familia de los Trinitarios. De hecho, la tradición cuenta que fue el papa Inocencio III quien regaló esta imagen al fundador de la orden, Juan de Mata, y que éste la trajo hasta el convento que fundó en las inmediaciones del arco de San Gil. La misma tradición cuenta que aquel edificio se vino abajo en 1366, golpeando la cabeza del Cristo con una de las piedras desprendidas de la bóveda. En aquel momento, del Cristo comenzó a manar sangre, que fue recogida en un sudario que hoy descansa en un relicario a los pies de la imagen, custodiada en la iglesia de San Gil Abad desde 1836.
Para extender y perpetuar la devoción al Santísimo Cristo y el milagro de las santas gotas, en 1592 se fundó la «Cofrafía Noble de la Sangre de Cristo», que cada domingo de Ramos organizaba una solemne procesión portando el Santo Cristo y el sudario con las gotas. Una procesión que se perpetuó hasta 1753 y que en 2007 recuperó la Real Hermandad de la Sangre del Cristo de Burgos y Nuestra Señora de los Dolores, fundada en 1944 con sede en la parroquia de San Gil Abad. Desde hace algunos años, además, la talla procesiona en vertical, manteniendo así con vida una de las procesiones de Semana Santa más antigua de la ciudad.
Esta tarde, la réplica de la venerada imagen ha vuelto a descender con solemnidad las escaleras de acceso a la iglesia. Sus treinta porteadores la han entronizado en la carroza labrada por Saturnino Calvo. Una saeta y el toque manual de campanas han dado comienzo al recorrido. Con paso solemne, el trono (de más de 1.000 kilos) ha recorrido las calles de San Gil, Arco del Pilar, San Lorenzo, San Carlos, Almirante Bonifaz, San Juan y Avellanos, para regresar de nuevo a su parroquia y ser introducida con solemnidad en el templo, «el cofre que custodia este gran tesoro», como se ha escuchado a su llegada. Una vez dentro, se han quemado las peticiones que, a lo largo del año, miles de personas depositan en una urna ubicada en la capilla donde se venera la talla original.