Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta
Queridos hermanos y hermanas:
«No es para quedarse en una ambula de oro que Jesús desciende todos los días del cielo, sino para encontrar otro cielo, el de nuestra alma, donde encuentra sus delicias», dejó escrito santa Teresita del Niño Jesús, refiriéndose a la presencia del amor de Dios en la Eucaristía: principio y fin del amor fraterno.
No es fruto de la coincidencia que la solemnidad del Corpus Christi vaya de la mano del Día de la Caridad. El Señor, en la Última Cena, ofrece su propia vida con su Cuerpo y su Sangre, y derrama su sentir en virtud de toda la humanidad. Esta donación suprema es el sacramento vivo que conmemoramos hoy: porque el banquete de la Eucaristía comienza en el altar y concluye en el alma del más necesitado. Y este mandamiento sagrado, que nos hace partirnos y repartirnos en favor de los preferidos del Padre, es indivisible.
El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, destaca que «el bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad no se alcanzan de una vez para siempre», sino que «han de ser conquistados cada día» (FT, 65). Una mirada a la realidad que debe interpelarnos de cara a una vida que se nos ha regalado para darle sentido a nuestra existencia. Porque de poco sirve entregarnos por amor, ser equitativos con quien lo necesita o revestirnos de caridad si lo hacemos un solo instante, y no cada uno de nuestros días.
Esta solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo que honra a Jesús, hecho vida y encarnado en sus hermanos más vulnerables, nos invita a revitalizar el gesto de la entrega en la vida diaria; con alegría, por caridad y en todos y cada uno de nuestros quehaceres, sentires y ambientes. No siempre será fácil, pero nuestro compromiso con el Amor debe promover el compromiso de la comunidad cristiana y de la sociedad en general, tal y como nos enseñan desde Cáritas, «con la defensa de la dignidad de las personas más pobres y vulnerables y sus derechos».
Según los últimos informes de Cáritas y la Fundación Foessa, ha habido un crecimiento de éxodos masivos de personas que se han visto obligadas a huir a causa de las guerras, las sequias y la violencia. En medio de este panorama tan doloroso, asediados por situaciones de exclusión, de falta de vivienda, de precariedad laboral, de situaciones de irregularidad y de desventaja social en la población infantil y juvenil, nuestra Cáritas Diocesana atendió, durante el año 2023, a 10.683 personas. Personas con nombre propio, con historias concretas, con miradas colmadas de dificultades. Personas, al fin y al cabo, y no números, que perdieron la ruta y buscan en nuestros ojos el camino de vuelta a casa.
En la Eucaristía, Dios mismo se nos da como alimento. Pero no de cualquier manera, sino como Hostia consagrada donde está verdaderamente el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo. Pero no podremos comer este Cuerpo si cerramos el corazón a nuestros hermanos, ni podremos beber de su Sangre si no consolamos la angustia de quienes más sufren.
Decía san Gregorio Nacianceno que el Santísimo Sacramento «es fuego que nos inflama de modo que, retirándolo del altar, esparzamos tales llamas de amor». Un camino hacia la santificación que pasa por la misericordia y que no puede separarse del corazón del necesitado.
En la Eucaristía, Jesús dona toda su fragilidad, se hace pequeño y pobre para hacernos a todos uno en su inagotable amor. Así, cada vez que comulgamos, el Señor da un nuevo sentido a nuestras fragilidades, y también a su infinita misericordia. Porque la misericordia de Jesús «no teme nuestras miserias», como expresó el Papa Francisco un día como el de hoy, en 2021, en la Plaza de San Pedro. Asimismo, «nos cura con amor de aquellas fragilidades que no podemos curar por nosotros mismos […] Es él quien nos sana con su presencia, con su pan, con la Eucaristía», que «es una medicina eficaz contra estas cerrazones». El Pan de Vida, recordaba, «cura las rigideces, las transforma en docilidad y sana porque nos une a Jesús: nos hace asimilar su manera de vivir, su capacidad de partirse y entregarse a los hermanos y de responder al mal con el bien».
Le pedimos a la Virgen María que nos enseñe a ver a Cristo en cada Eucaristía, que no nos acostumbremos a este don inefable que se consuma por amor a nosotros y que hallemos la grandeza de Dios y la fragilidad del más vulnerable en esta presencia sacramental de Jesucristo.
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.