TT Ads

Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta

 

Queridos hermanos y hermanas:

«Dios nunca abandona a sus hijos». Con estas palabras, el Papa Francisco comienza su mensaje para la IV Jornada Mundial de los Abuelos y Ancianos 2024, que se celebra hoy en todas las diócesis del mundo.

El pasado 26 de julio, memoria de san Joaquín y santa Ana, rememoramos la jornada de los abuelos y las personas mayores. Y es, por esta razón, que dedicamos este día, de manera muy especial, a aquellos que guardan una dignidad infinita y sagrada, «más allá de toda circunstancia y en cualquier estado o situación en que se encuentre» (Dignitas infinita, 1).

En la vejez no me abandones, reza el lema –inspirado en el Salmo 71– que ha escogido el Papa para esta jornada. Para un Dios que es amor infinito, no existe el abandono, ni el rechazo, ni la indolencia. ¿Cómo va a abandonarnos alguien que nos ha escogido antes, incluso, de nuestro nacimiento y que nos ha formado en el seno materno? (cf. Sal 139, 13). Él no entiende de descartes, tal y como cuenta el Papa: «Ni siquiera cuando la edad avanza y las fuerzas flaquean, cuando aparecen las canas, cuando la vida se vuelve menos productiva a los ojos del mundo y corre el peligro de parecernos inútil».

San Joaquín y Santa Ana, padres de  la Virgen María y, por tanto, abuelos de Jesús de Nazaret, nos animan a honrar a nuestros mayores, los que aún permanecen en la tierra y los que ya han abrazado al Amor en el Cielo.

Qué importante es volver, una y otra vez, a la mirada de nuestros mayores; a su manera de cuidar lo que aman, a su respeto por la familia, a su valentía para continuar, a su esfuerzo inquebrantable, a su constancia y a su lucha.

Las personas mayores, así como los enfermos, son el termómetro que mide con precisión nuestra fe. «¡Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras! (Sant 2, 18), dice el apóstol Santiago, porque «como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta» (Sant 2, 26).

Ciertamente, la fe no tiene ningún sentido si no va acompañada de acciones que respondan al anhelo de Dios de transformar este mundo, máxime en este momento en el que «la soledad y el descarte se han vuelto elementos recurrentes en el contexto en el que estamos inmersos», tal y como insiste el Papa en su mensaje. Esto nos lleva a pensar que, quizá, estamos olvidando por completo «el sabor de la fraternidad» (Fratelli tutti, 33); y, si relegamos ese detalle, «olvidaremos rápidamente las lecciones de la historia, maestra de vida» (FT, 35).

Nacer de nuevo. A veces, sólo se trata de eso, de dejar ir lo que nos apena para que nazca la vida en Dios. Y así, aunque nos cueste, podremos estar más cerca de aquellos a quienes la sociedad descarta o, por cualquier motivo, deja abandonados demasiado tiempo en la cuneta.

Si tenéis abuelos o personas mayores cerca, visitadles, llevadles el detalle de vuestra presencia que tanto les alegra, decidles cuánto les queréis, tratadles con cariño y dejadles que os cuenten aquello que están deseando relatar; incluso aunque estéis cansados o ya lo hayan hecho en otras ocasiones. Ese gesto, que tal vez parezca insignificante, puede cambiarles a ellos la vida.

Hagámosles nacer de nuevo (cf. Jn 3, 3) con nuestro amor desinteresado para, así, nacer también nosotros a ese asombroso misterio de la entrega. Se lo pedimos a la bienaventurada Virgen María, hija de san Joaquín y de santa Ana, para que Ella nos recuerde, a cada instante, que el amor acrisolado y la luz atardecida de los abuelos y personas mayores nos enseñan que la fragilidad y la esperanza se abrazan en la carne de Cristo.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa
Arzobispo de Burgos