Para muchos de ellos es la primera vez que le echan mano a una obra de arte auténtica. Este viernes ha concluido la estancia en Burgos de un grupo de nueve jóvenes estudiantes del Grado en Conservación y Restauración de Bienes Culturales de la Universidad del País Vasco. Durante todo el mes de julio, han estado trabajando en el Taller Diocesano de Restauración, en un retablo rescatado hace un par de meses de la iglesia de Quintanilla en Monte Rioja. Un templo que amenaza ruina pero que conservaba en su interior tres retablos de bella factura.
El retablo en el que estos jóvenes han trabajado «tiene unas dimensiones más aproximadas de 3,10 metros de ancho por unos 4,5 metros de alto. Está compuesto por una predela que relata el tema de la Pasión. Luego en el primer cuerpo va san Miguel, en el centro con una escultura y a ambos lados con unos relieves relacionados con su vida. El segundo cuerpo está dedicado a san Bartolomé. La pena es que la escultura de san Bartolomé se robó. Lo que sí que quedan son los dos relieves que iban a ambos lados acompañando a san Bartolomé, que están relacionados con el martirio del santo. Y en el ático estaría santa Catalina de Alejandría», señala Antonio García Ibeas, el director del Taller Diocesano de Restauración.
El retablo del que hablamos se encontraba en un estado de conservación deplorable. La suciedad y los ataques de carcoma habían dejado la madera en una situación que nada tiene que ver con la que habían previsto los artistas que diseñaron y ejecutaron la obra, allá por el siglo XVI. «Estaba muy deteriorado, había zonas con un ataque muy fuerte de xilófagos, los bichitos que se cargan la madera, sobre todo en las partes más débiles, más blandas. Esas las habían machacado», explica el sacerdote. «El trabajo ha consistido fundamentalmente en consolidar el soporte donde va apoyada la pintura, fijar la policromía al soporte, el asentado de color y la limpieza, que ha sido muy bonita porque había mucha suciedad, muchos restos de humo, de velas y de la porquería que se va acumulando en el ambiente. La limpieza ha sido espectacular», asegura.
García Ibeas dirige el Taller Diocesano de Restauración desde su fundación, en 1984. Ya entonces fue uno de los pioneros en nuestro país, y a lo largo de estos 40 años de historia ha logrado recuperar más de 400 retablos, de los más de 5.000 con que se estima que cuenta la archidiócesis de Burgos. De esos 40 años de existencia, durante 38, en los veranos, han acudido alumnos de la UPV. En la primera hornada acudió Carlos Venegas García, como estudiante, y durante los siguientes 37, ha acudido como profesor titular de Pintura Mural acompañando a los alumnos.
Entre los nueve jóvenes participantes en esta iniciativa se encuentra Irati. Ella tiene 21 años y acaba de terminar tercero del Grado en Conservación y Restauración. Durante este mes ha estado trabajando junto con su compañero Ibón en dos de las piezas principales del retablo. «Tenemos un retablo que hemos dividido en trece piezas, e Ibón y yo hemos trabajado en la predela y en uno de los arquitrabe. La predela es la parte más baja y luego los arquitrabes van en horizontal dos niveles más arriba. La predela es la pieza que más carcomida estaba», explica.
Otro retablo más restaurado
El proceso de restauración ha sido complejo, porque la predela se encontraba en peor estado de lo previsto, así que ha exigido un esfuerzo extra por parte de estos jóvenes restauradores. «Hemos consolidado la madera que estaba en buen estado, después hemos reintegrado todos los volúmenes que había perdido por el ataque de los xilófagos. Para ello hemos usado un producto especial y trozos de madera. Después lo hemos estucado para poder reintegrarlo cromáticamente, y con eso hemos terminado nuestro trabajo», apunta Irati.
Para ella, este mes de trabajo en el Taller Diocesano de Restauración de Burgos le ha servido para conocer cómo se trabaja en un taller de verdad y, sobre todo, con obras reales con valor auténtico. Algo que hacen sacrificando uno de sus meses de vacaciones. «Los días se hacen duros, igual un poco largos a veces, pero al final el mes se ha hecho súper corto. El balance es bastante bueno. Y además, claro, también todo lo que hemos aprendido aquí, que no llegamos a aprender en Lejona. Es una experiencia bonita», afirma.
La presencia de estos nueve jóvenes estudiantes en las instalaciones del Taller Diocesano de Restauración también es muy beneficiosa para la archidiócesis, que ve cómo una obra del calibre de este retablo se restaura por completo en apenas un mes de trabajo. «Con paciencia, a través del aprendizaje de estos muchachos y a través también de nuestro trabajo, que estamos aquí continuamente asesorándolos, indicándoles lo que tienen que hacer en cada momento, logramos un resultado espectacular. Es una forma de ir haciendo cosas, y lograr que la archidiócesis tenga otro retablo más restaurado.
Antonio García Ibeas ya está pensando en el próximo verano, cuando probablemente se lleve a cabo la restauración de algún retablo in situ en un pueblo del norte de la provincia. Pero eso será con otra hornada de jóvenes restauradores.