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Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta

 

Queridos hermanos y hermanas:

El pasado día 10, en el conjunto de nuestra archidiócesis hemos celebrado la inmensa y trascendental labor que llevan a cabo los profesores de Religión, y lo hicimos con la entrega de la missio canonica al finalizar la celebración de la Santa Misa.

En el transcurso de una tarde de formación para aquellos profesores que, siguiendo el Evangelio, apuestan por formar a los alumnos en las raíces y contenidos de nuestra fe, la Eucaristía ha sido el lugar que ha abierto las puertas a una labor educativa que tiene a Jesús de Nazaret como el mejor educador y maestro.

Decía san Agustín que «nuestro verdadero maestro es Aquel a quien escuchamos, de quien se dice que mora en el interior del ser humano, o sea, Cristo, poder inmutable y sabiduría eterna de Dios» (De magistro, XI, 38). Sin duda alguna, la actividad magisterial y profética de Jesús de Nazaret derramaba sabiduría, conocimiento e inteligencia en todos los acontecimientos de su vida terrenal. Sólo hay que volver la mirada a Galilea, a Judea, a Samaría, a Tiro, a Sidón, a Transjordania y a tantos lugares donde su vida transformó por completo la sociedad y las personas de su tiempo.

En la enseñanza de Jesús, el recurso a las Sagradas Escrituras es habitual. Oraba continuamente, de modo intenso cada noche, y su vida y predicación eran fuente de esperanza para quienes le rodeaban o escuchaban. Todo ello constituye una vocación al amor como pedagogía cristiana que infunde plenitud a la existencia y que los educadores han de tomar como referencia para llevar a cabo su labor.

Por eso es tan importante la asignatura de Religión como una misión eclesial, una llamada colmada de servicio y entrega que los docentes deben desarrollar con gran ánimo y alegría. Con su tarea, ayudan a crecer en el conocimiento de Jesucristo, a construir un mundo mejor, a estar más cerca de las necesidades de los más desfavorecidos, a cultivar el humanismo cristiano y a dilatar el corazón de los alumnos.

«La educación cristiana es el arte de conducir a los jóvenes hacia la plenitud», señaló el Papa Francisco, a principios de este año, durante una audiencia a los miembros de la Universidad de Notre Dame. Ciertamente, vivimos un tiempo que demanda una verdadera educación donde el Amor sea el centro y el testimonio del docente vaya acorde con su tarea y vocación. «No se puede descuidar el papel esencial de la religión en la educación del corazón de las personas», subraya, además, el Papa, ni tampoco «permanecer encerrados dentro de los muros o límites de nuestras instituciones», sino que «debemos esforzarnos por salir a las periferias, para encontrar y servir a Cristo en el prójimo».

Educar es cincelar el corazón de niños y jóvenes para que vivan en plenitud desarrollando todas sus potencialidades, haciéndose cargo de las necesidades de los desfavorecidos, trascendiendo la lógica humana para adentrarse hasta lo más profundo, siendo cauce de misericordia en el conocimiento y la enseñanza de Dios (cf. Mt 11, 29). La educación es vital para alcanzar el pleno desarrollo de las personas y para comprender el presente y el futuro de nuestra sociedad.

Queridos profesores de Religión; así exhortaba San Pablo a su discípulo Timoteo: «Ten por modelo las palabras sanas que has oído de mí en la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús» (2 Tim 1, 13). Así es el Reino de Dios, regalado y dadivoso, siempre preocupado de los pequeños y los débiles (cf. Lc 9, 46-48), de los pecadores y de los pobres (cf. Lc 5, 31-32). Y esa es vuestra principal tarea: ser como Jesús para transformar el corazón de vuestros alumnos, y desde ahí, transformar el mundo.

Pongo vuestra excelente y entregada tarea bajo la intercesión materna de la Virgen María y de san José, que ejercieron admirablemente su tarea educativa con Jesús, para que os acompañen en el camino educativo de la fe que corresponde al admirable proyecto de Dios.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos