TT Ads

Desde esta mañana, Burgos cuenta en su calendario con un nuevo santo. San Manuel Ruiz López ha sido canonizado este domingo, 20 de octubre, por el papa Francisco junto a otros siete franciscanos que, como él, fueron asesinados en Damasco en 1860 durante la persecución que los drusos emprendieron contra los cristianos. En total, en esta celebración la Iglesia ha canonizado a catorce nuevos santos.

A la ceremonia ha asistido un pequeño grupo de burgaleses, en un viaje organizado por el Departamento de Peregrinaciones de la archidiócesis de Burgos, acompañados por el delegado para las Causas de los Santos, Cecilio Adrián Haro y encabezados por el arzobispo, Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa, quien ha concelebrado la misa.

 

Francisco: «Vivieron según el estilo de Jesús: el servicio»

En su homilía, el papa Francisco ha dedicado unas palabras a los nuevos santos, de los que ha dicho que «a lo largo de la agitada historia de la humanidad, ellos fueron siervos fieles, hombres y mujeres que sirvieron en el martirio y en la alegría, como el hermano Manuel Ruiz López y sus compañeros».

Francisco ha recordado además que estos nuevos santos vivieron según el estilo de Jesús, que es «el servicio. La fe y el apostolado que llevaron a cabo no alimentaron en ellos deseos mundanos ni ansias de poder, sino que, por el contrario, se hicieron servidores de sus hermanos, creativos para hacer el bien, firmes en las dificultades, generosos hasta el final», ha destacado.

El Papa ha señalado que, al igual que los discípulos y los nuevos catorce santos, también nosotros podemos aprender el estilo de Dios, que es el servicio. «¿Cómo? Siguiéndolo a Él, caminando tras sus huellas y acogiendo el don de su amor que transforma nuestra manera de pensar», ha aclarado.

 

Mons. Iceta: «Son campeones en la fe, en la esperanza y en el amor»

Por su parte, el arzobispo de Burgos, Mons. Mario Iceta, que ha participado «con emoción» en la ceremonia, concelebrando la misa junto al Papa, ha asegurado que «estos mártires son campeones en la fe, en la esperanza y en el amor. En la fe porque dieron la vida por Cristo, por confesarle a Él; en la esperanza porque aguardaban la eternidad, la plenitud; y en el amor porque perdonaron a aquellos que les decapitaron, que les martirizaron. «Hoy nuestra querida archidiócesis se gloría de tener un santo más inscrito en el Libro de los Santos. También nuestro seminario, donde el ‘padre Paciencia fue durante 10 años profesor de Hebreo y Griego en él», ha recordado el prelado.

«Pedimos la intercesión de los nuevos mártires, que nos ayuden en el camino de la vida. Queremos imitarles en esa ardiente fe, que Cristo sea el centro de nuestra vida y quien siempre nos mueva. La gran esperanza es Él, que nos sostiene en las tribulaciones y las dificultades. El gran amor de nuestra vida, que nos ayuda a amar a los demás, como estos mártires. Ellos marcharon a Tierra Santa para proclamar a Cristo. Que siempre podamos dar este testimonio del Señor que nos acompaña en el camino de la vida. Nos felicitamos hoy como burgaleses y nos encomendamos hoy a los nuevos mártires, especialmente al nuevo santo, san Manuel Ruiz».

 

Misionero que murió en nombre de Cristo

Manuel Ruiz nació en San Martín de las Ollas en 1804. Ingresó en el convento franciscano de San Miguel de las Victorias de Priego (Cuenca) en 1825 y fue ordenado sacerdote en 1830. Fue entonces destinado con otros diecinueve compañeros a las misiones de Tierra Santa, desembarcando en Jaffa (Israel) el 3 de agosto de 1831 y trasladándose pronto a Damasco para estudiar el árabe. Nombrado párroco de la iglesia de la Conversión de San Pablo, enfermó al poco, por lo que sus superiores lo enviaron al convento de Luca (Italia) para restablecerse. Como no lo consiguió, regresó a Burgos, donde en 1847 fue nombrado profesor de Hebreo y Griego en el Seminario Diocesano y donde empezaron a llamarle  ‘padre Paciencia’.

Deseando volver a la actividad parroquial, fue nombrado párroco de Para, al norte de la provincia, desde donde regresó a Damasco en 1856. Al año siguiente fue nombrado superior de la comunidad franciscana de aquella ciudad, pero la situación había cambiado mucho en sus años de ausencia.

Los cristianos del Líbano y Siria eran objeto de persecución violenta por parte de los drusos y en 1860 fueron destruidas muchas aldeas maronitas y asesinados sus habitantes. La violencia llegó también a Damasco; el 9 de julio el barrio cristiano, donde vivían unas treinta mil personas, fue asaltado y miles de cristianos degollados. Muchos se refugiaron en el convento franciscano, donde acompañaban al padre Manuel otros siete religiosos. El padre Manuel, que había acudido a la iglesia a vaciar el sagrario, fue obligado a colocar su cabeza sobre la mesa del altar y así fue decapitado. Su cuerpo pudo ser recuperado por los cristianos supervivientes doce días después de la masacre.