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Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta

 

Queridos hermanos y hermanas:

El pasado día 22 se cumplieron 450 años desde que la Iglesia de Burgos fue elevada a sede metropolitana. Durante las visitas pastorales, no es infrecuente que en el encuentro con grupos de niños de catequesis me pregunten qué es un arzobispo, y pronto surja también la pregunta acerca de la diferencia entre un obispo y un arzobispo o una diócesis y una archidiócesis. Y quizás también haya adultos que se hagan esta pregunta: por qué decimos de Burgos que es archidiócesis y no diócesis y qué es una provincia eclesiástica.

La vida de la Iglesia que peregrina en Burgos ha estado desde siempre cargada de una historia inmensamente rica, fructífera y sorprendente. Sin embargo, hay que remontarse al año 1574 para comprender un hecho significativo que se esconde detrás de esta tierra de vocaciones sacerdotales, laicales, religiosas y misioneras y de todo el santo Pueblo de Dios en la diversidad de carismas.

El Código de Derecho Canónico establece que «para promover una acción pastoral común en varias diócesis vecinas y para que se fomenten de manera más adecuada las recíprocas relaciones entre los obispos diocesanos», las Iglesias particulares «se agruparán en provincias eclesiásticas delimitadas territorialmente» (can. 431 §1). Así, en el caso de Burgos, son varias las diócesis que conforman una única provincia, siendo la burgalesa su hermana mayor, que se denomina archidiócesis metropolitana. De ahí que posea este título de archidiócesis y que el pastor que la preside sea arzobispo. Por tanto, una provincia eclesiástica es el nombre que se le da a un distrito administrativo eclesiástico bajo la jurisdicción de un arzobispo.

Para conocer el sentido de nuestra historia, volvemos la mirada 450 años atrás cuando, a petición del rey Felipe II, el papa Gregorio XIII elevó la diócesis burgalesa a la dignidad de Metropolitana, siendo Francisco Pacheco de Toledo el primer arzobispo de la recién creada archidiócesis.

A lo largo de los siglos, la configuración de la provincia eclesiástica ha sido muy diversa. En los comienzos formaban parte de la misma Pamplona, Calahorra y la Calzada. Posteriormente se le añadió Santander, Palencia y Tudela. En 1851 se le añadieron León, Osma y Vitoria. Fue la aplicación del Concordato de 1953 la que dejó la configuración actual, en la que la provincia eclesiástica, presidida por la archidiócesis de Burgos, está formada por las diócesis de Vitoria, Bilbao, Osma-Soria y Palencia. Estas son conocidas como sedes sufragáneas, donde compete al metropolitano una labor de comunión, supervisión y colaboración para que se conserven diligentemente la fe y la disciplina eclesiástica en todo el territorio.

Los grupos de niños de catequesis no tardaron en preguntar por mi labor concreta como arzobispo. «Un arzobispo es el obispo de una archidiócesis», les respondí, «y como Burgos es la sede principal de la provincia eclesiástica, en este caso se trata de un arzobispo metropolitano». El signo que lo caracteriza es el palio. Éste es una cinta ancha bordada con lana de los corderos que se crían en el Monasterio de Santa Inés de Roma. Tiene bordadas cinco cruces que significan las llagas de Cristo, con tres clavos, los de la pasión que clavaron a Cristo en la cruz. Se coloca sobre los hombros del arzobispo para significar al buen pastor que carga sobre sus hombros a las ovejas del rebaño del Señor. Y significa la comunión entre la provincia eclesiástica y la sede de Pedro y la comunión de las diócesis que conforman la provincia eclesiástica.

Hoy, cuando acabamos de celebrar este aniversario desde que Burgos fue elevada a sede metropolitana, siento que el obispo ha de encarnar la presencia de Cristo Buen Pastor en la comunidad que Dios le encomienda, algo que me hace ver la absoluta necesidad de la gracia ante mi fragilidad, pobreza y debilidad para llevar adelante esta tarea de amor incondicional y entrega absoluta.

Pero la recompensa de cuidar del Pueblo de Dios en el nombre de Jesús el Buen Pastor, consiste en una alegría profunda e indescriptible cuando se es testigo de cómo Dios hace brotar agua abundante en la tierra seca, y cómo el Espíritu Santo prende en el corazón de los cristianos haciéndoles testigos del amor de Dios y edificadores del Reino de Dios.

Que Santa María la Mayor, madre y protectora de nuestra archidiócesis, continúe cuidándonos cada día; y que nuestro corazón sea una fiel respuesta a su inmenso amor.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos