En un mundo donde las malas noticias, la angustia, la crisis y la depresión parecen campar a sus anchas, muchos son los que buscan un aliento de esperanza. A veces, en forma de píldora preconcebida en frases tan manidas como «la esperanza es lo último que se pierde» o las sentencias baratas del mundo «Mr. Wonderful». Otras, en los «bulos de esperanza», como las redes sociales, las ideologías o los profetas de calamidades. En otras ocasiones, la esperanza se convierte en una especie de autosuficiencia que nos hace creer que «las cosas irán mejor» pensando en que nosotros mismos saldremos del atolladero.
En medio de este complejo entramado de frustración, el catequista se convierte en un «signo» que hace alumbrar en niños y jóvenes el anhelo de una felicidad que va más allá de las limitaciones humanas y que responde a las promesas de Jesús y su gracia de salvación: «Dios es siempre fiel a su palabra, lo que él nos ha dicho se cumple, nos promete la vida eterna».
Álvaro Zamora, un joven sacerdote que ejerce su ministerio en Aranda de Duero, ha sido el encargado de animar a los catequistas del arciprestazgo de Burgos-Vena a vivir su ministerio como «una vocación» en la que ellos mismos «practiquen la esperanza» y se conviertan así en el mejor cauce de esta virtud para los demás. Para ello, les ha animado a «vivir lo que hablamos» y creer ellos mismos «en la vida eterna, porque eso nos hace vivir aquí de otra manera, a vivir esperanzados». También les ha exhortado a practicar una «mirada sobrenatural sobre las cosas, a modo de Dios», vivir la oración personal, frecuentar las sacramentos y cuidar la formación y el acompañamiento, viviendo siempre en el «santo abandono», confiando su labor a las manos de Dios.
Oración y testimonio
Además de la sesión de formación, la jornada –habitual cada año– se ha completado con una mesa de testimonios y experiencias que, en torno a la catequesis, se desarrollan en las parroquias de la zona norte de la capital. El encuentro se ha regado también con momentos de convivencia y oración.