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La capilla del seminario diocesano de San José ha acogido este domingo la celebración del rito de admisión a las sagradas órdenes del diaconado y presbiterado de dos aspirantes al sacerdocio que se forman en él. Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa, arzobispo de Burgos, ha presidido el rezo de las solemnes vísperas en las que los seminaristas Antonio José Pardo Alonso de Linaje y Andrés Galán Sancho dan así un paso más en su preparación al sacerdocio.

 

En su homilía, el arzobispo ha ido directo al corazón de la vocación sacerdotal, advirtiendo que «el mundo de hoy busca placer», pero olvida que «el gozo es algo mucho más interior». Con la mirada puesta en el Adviento que estamos próximos a concluir, Mons. Iceta ha desentrañado la diferencia entre placer y gozo. «Lo que da el gaudium, la alegría a nuestra vida, son las personas que nos rodean», ha explicado, recordando incluso un dato revelador de la pediatría: «los niños privados de amor ni siquiera crecen físicamente».

 

Su mensaje a los seminaristas ha sido claro: la vocación exige una entrega total. «Nuestra vida no es para nosotros, es para los demás», ha enfatizado. El arzobispo también ha recordado cómo el celibato no es una renuncia, sino «un carisma, un don del Espíritu Santo» que permite «amar sin fisuras» y entregarse completamente a la Iglesia.

 

Mons. Iceta les ha advertido de que la ordenación no llegará por simple deseo, sino cuando hayan «desarrollado los elementos esenciales para vivir con gozo y profundidad la vida del presbítero a la que estás llamado». La vocación, según sus palabras, se construye día a día: «Cuando uno no ha podido rezar, tiene que sentir que ‘hoy me faltaba algo’». Y les ha recordado que el objetivo final es que «el ungüento de la cabeza de Cristo llegue a su cuerpo, que es la Iglesia».

 

El arzobispo también les ha recordado que «nadie es digno», pero también les ha animado asegurando que pueden responder «’me he preparado para desempeñar el ministerio con dignidad, con entrega’». La celebración concluyó con una invocación a la Virgen María, pidiendo que sea ella «la que nos enseñe a acoger el don precioso de Dios, para que sea nuestra luz y nuestro amor en el camino de nuestra vida».

 

Un paso en la preparación al sacerdocio

El rito de admisión a órdenes es llevado a cabo cuando el aspirante ha alcanzado la madurez necesaria para solicitar tal admisión, la cual es refrendada por la Iglesia en la figura de los formadores, del rector del Seminario y del propio arzobispo como cabeza y pastor de la archidiócesis.

 

Para todo el seminario es un momento de gran ilusión y esperanza, pues la Iglesia Católica, a través de este acto público, confirma oficialmente que ve en estos seminaristas signos objetivos de vocación al sacerdocio y estos, a su vez, declaran su voluntad de seguir diciéndole que sí al Señor y la Iglesia, acompañados por toda la comunidad del seminario, de sus familiares, y de sus amigos.