Escucha aquí el mensaje de Mons. Mario Iceta
Queridos hermanos y hermanas:
Compartir es nuestra mayor riqueza. Este lema, que da vida a la Jornada de Manos Unidas que hoy conmemoramos, propone el reto de compartir los bienes para erradicar la pobreza, el hambre y la desigualdad.
Con el deseo de remar mar adentro a ejemplo del Señor Jesús, celebramos esta Campaña contra el Hambre donde Manos Unidas, la organización de la Iglesia Católica en España para la ayuda, promoción y desarrollo de los países más empobrecidos, desea hacer una declaración de intenciones: «Por tu palabra, Señor, echaré las redes» (Lc 4, 31-37).
Manos Unidas surgió en 1959 «como respuesta de las mujeres de Acción Católica de España al llamamiento de la FAO», para denunciar «el hambre de pan, el hambre de cultura y el hambre de Dios que padece gran parte de la humanidad», recordó el papa Francisco a una delegación de la Comisión Permanente de la entidad que visitó al Santo Padre en diciembre del año pasado.
Con esta premisa, ayudando y contribuyendo a la promoción y al progreso de los países con economías emergentes, intentan eliminar de la faz de la Tierra el hambre espiritual y material. Y así, el Papa afirma: «Pensando en la labor que realizáis en la erradicación de esos males que siguen golpeando a tantas naciones, quisiera hacer referencia a la Madre de Dios como modelo de tantas mujeres que llevan adelante el mundo, la familia y los pueblos».
Este cometido lo llevamos adelante desde una concepción del ser humano y del mundo, que tenga como fundamento el Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia.
Desde el corazón de Manos Unidas tienen claro su objetivo: pretenden sensibilizar a la comunidad cristiana e invitar a compartir vida, experiencia y bienes con los hermanos más necesitados, colaborando para hacer realidad el sueño de Dios: que todos tengan una vida digna. Además, ofrecen a las diversas comunidades e instituciones eclesiales una serie de recursos que aliente su compromiso de cara a una economía centrada en la persona y el bien común.
Pero todo esto sólo puede hacerse realidad merced a la implicación concreta de todos nosotros. Y si deseamos que nuestros hermanos alcancen esa dignidad que nos iguala a todos como hijos de Dios, hemos de ayudar –con nuestra ayuda material, personal y espiritual– hasta que esta humanidad deje de ser indiferente al dolor y se preocupe por arrancar de la periferia existencial a los millones de seres humanos empobrecidos.
Compartamos con los más desfavorecidos, ofrezcámosles medios para su sostenimiento, démosles oportunidades de integración, denunciemos las injusticias que padecen y seamos el cuidado que nace «por la fuerza del Espíritu» (Lc 4, 14) para que resucitemos en cada encuentro con el Señor (cf. Rm 8, 11) y todos seamos, con Él, constituidos Hijos de Dios (cf. Rm. 1, 4). De este modo podremos caminar en una cultura del encuentro que genera comunión y nos ayuda a compartir.
La Virgen María, Madre de modo especial de los pobres, es fuente de esperanza. Le pedimos, en esta Campaña contra el Hambre, que cubra con su manto a aquellos que padecen cualquier tipo de necesidad, para que nunca olvidemos que compartir es, y será, nuestra mayor riqueza en nuestro éxodo hacia el mundo nuevo (cf. Ap 21, 5) que nos concede la plena libertad como hijos amados de Dios y hermanos en Cristo.
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.