Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta
Queridos hermanos y hermanas:
«Si la Iglesia es la Esposa de Cristo, vosotros constituís el momento del noviazgo, la primavera de la vocación, la estación del descubrimiento, de la prueba, de la formación». Hoy, cuando celebramos el Día del Seminario en torno a la fiesta de san José (que es el día 19), deseo recordar estas palabras que el Papa Francisco dedicó a un grupo de seminaristas y novicios en julio de 2013, en la Basílica Vaticana. Allí, ante su mirada atenta y despierta, les hacía una pregunta que debemos hacernos nosotros cada día: «¿De dónde nace la misión?».
En estos momentos, cuando vivimos sobrepasados por las prisas, las emociones y los sentimientos, el Señor vuelve a llamarnos para preguntarnos por la raíz donde nace nuestra vocación, por esa brisa vocacional que acompasa nuestro andar y por el agua que baña nuestra fe. Es una llamada de Dios que no solamente se la hace a los seminaristas, sino que lleva escondido el rostro de todos sus hijos. El lema que nos propone la Iglesia para esta jornada lleva implícito un mensaje cargado de sentido: Sembradores de esperanza. Y ha sido elegido por la Subcomisión Episcopal para los Seminarios para recordar que, en medio de las realidades que provocan sufrimiento e injusticia, es necesario «descubrir las zonas luminosas de la aventura humana y el papel que tienen los sacerdotes para generar esperanza». El compromiso silencioso de estos sacerdotes con cada persona es «generador de esperanza en el día a día», ayudando a «encontrar soluciones a sus problemas» y «aportando un sentido a sus experiencias vitales», señalan desde la Subcomisión.
Queridos seminaristas, que estáis viviendo esa primavera de la vocación: a los sacerdotes nos emociona volver a recordar esa llamada del Padre para ser eternamente suyos. Nunca olvidéis que vosotros vais a servir a Cristo en los hermanos, haciendo presente su misericordia con el perdón de los pecados, consagrando y distribuyendo su Cuerpo y su Sangre, fuente de amor y de vida, predicando su Palabra, consolando y fortaleciendo a los enfermos, santificando el amor de los esposos, acogiendo y cargando sobre los hombros a los heridos de la vida y el desamor.
En eso se fundamenta la vocación, en sabernos llamados por Él para algo infinitamente bello que supera nuestras fuerzas y debilidades, y que conlleva el mejor de los regalos: la Vida Eterna.
«Dios está vivo, y necesita hombres que vivan para Él y que lo lleven a los demás. Sí, tiene sentido ser sacerdote; el mundo, mientras exista, necesita sacerdotes y pastores, hoy, mañana y siempre», reveló el Papa Benedicto XVI a los seminaristas, al concluir el Año Sacerdotal, en octubre de 2010. Un canto a la esperanza que ha de fundamentarse en la formación humana, intelectual, pastoral, espiritual y comunitaria para configurarnos con el corazón del Buen Pastor. Porque la fe no se reduce a una palabra o un conjunto de normas, sino una respuesta a una llamada que conforma la existencia con un amor que «todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta» (Cor 13).
Estos años de Seminario son un tiempo de maduración humana y espiritual, de manera que cada tiempo vaya enraizando en vosotros «un equilibrio justo» entre corazón y mente, razón y sentimiento, cuerpo y alma, «y que sea humanamente íntegro», como escribía Benedicto XVI a los seminaristas.
Sois moldeados bajo el cuidado de san José y de la Virgen María, para que seáis el reflejo de su corazón en cualquier rincón donde Dios os envíe. Fiaos de su manera de servir y de amar; su generosa entrega os acercará, cada vez más, al Reino de Dios. Que Ellos sean bálsamo para vuestras vidas y os configuren con Cristo, el amor primero, para que seáis apóstoles de la misericordia, pastores según su corazón y buenos samaritanos de todo el que sufre.
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.