Este 1 de mayo, la archidiócesis de Burgos conmemora uno de los hitos más relevantes de su historia: el 950 aniversario del traslado oficial de la sede episcopal de Oca a la ciudad de Burgos. Así lo dejó dicho Alfonso VI, rey de Castilla, en el año 1075 en su testamento. Un momento que supuso el inicio del florecimiento religioso de Burgos y su consolidación como uno de los grandes núcleos de la Iglesia en el norte peninsular.
Pero la historia de la Iglesia en este territorio se remonta mucho más atrás de esos 950 años. La actual archidiócesis tiene sus raíces en la antigua diócesis de Auca, la hoy conocida Villafranca Montes de Oca. Aunque los orígenes exactos de esta comunidad cristiana son inciertos, una tradición legendaria atribuye su fundación al siglo I, a través de san Indalecio, uno de los siete varones apostólicos enviados por san Pedro y san Pablo a evangelizar Hispania.
La presencia cristiana organizada en Auca podría datarse ya entre los siglos II y III. Los primeros testimonios documentales de obispos aucenses aparecen en el siglo IV, aunque no se conocen nombres concretos hasta la época visigoda, cuando Asterio participa en el III Concilio de Toledo en 589. Le seguirían otros prelados como Amancio, Litorio, Stercorio o Constantino.
De la destrucción musulmana al renacimiento en Cardeña
La invasión musulmana del siglo VIII supuso la destrucción de Auca y la desaparición efectiva de la diócesis. Durante los siglos siguientes, y en pleno proceso de repoblación y avance cristiano, los obispos se establecieron provisionalmente en otras sedes como Amaya, Valpuesta o Sasamón. No sería hasta principios del siglo XI cuando la sede episcopal comenzó a trasladarse de forma progresiva hacia Burgos.
El obispo Julián, activo entre 1028 y 1041, fijó su residencia en el monasterio de San Pedro de Cardeña, a las afueras de la ciudad. Aunque siguió ostentando el título de obispo de Oca, esta decisión supuso un punto de inflexión. El rey García Sánchez III de Pamplona intentó mantener la sede en Oca nombrando a san Atón, pero el creciente protagonismo de Burgos se impuso.
El 1 de mayo de 1075, una fecha clave
Durante el episcopado de Jimeno II, la sede se instaló en la iglesia de Santa María la Real y Antigua de Gamonal, y fue el rey Alfonso VI quien, mediante su testamento, fechado el 1 de mayo de 1075, sancionó oficialmente el traslado de la sede episcopal a Burgos. A partir de entonces, la diócesis comenzó a adoptar progresivamente el nombre de Burgensis, en detrimento de Aucensis.
El proceso culminaría en 1095, cuando el papa Urbano II, mediante la bula Plurimas quondam, confirmó el traslado de la sede a Burgos y la desligó de la provincia eclesiástica de Tarragona, convirtiéndola en una diócesis directamente dependiente de la Santa Sede.
Del esplendor medieval al rango de arzobispado
La diócesis de Burgos alcanzó un gran esplendor en la Edad Media, especialmente con el inicio de las obras de la catedral gótica en 1221 bajo el impulso de Fernando III el Santo y el obispo Mauricio. Durante siglos, Burgos fue paso obligado en el Camino de Santiago y punto neurálgico de fe, cultura y arte. Grandes figuras como Gil de Siloé, Juan de Colonia o Diego de Siloé dejaron su huella en la ciudad.
En 1574, y por petición de Felipe II, el papa Gregorio XIII elevó la diócesis al rango de archidiócesis metropolitana. Su primer arzobispo fue Francisco Pacheco de Toledo. Desde entonces, la archidiócesis ha sido referente espiritual en Castilla y León, abarcando en distintas etapas otras diócesis sufragáneas como Palencia, Santander, Calahorra o Vitoria.
Hoy, 950 años después, la archidiócesis de Burgos celebra su larga historia no solo como un legado religioso, sino también como uno de los pilares culturales e identitarios de la ciudad. Desde Oca hasta la Catedral patrimonio de la humanidad, pasando por Cardeña y Gamonal, la memoria de esta Iglesia es también la memoria viva de Burgos y su papel clave en la historia de España.