La jornada reunió a numerosos fieles y dio comienzo con una procesión y romería cargada de simbolismo. Posteriormente, se celebró la santa misa presidida por Fernando Arce Santamaría. El encuentro culminó con una comida de hermandad en la hospedería del santuario.
El santuario burebano, enclavado en un entorno natural de gran singularidad, constituye un auténtico foco de devoción popular al que acuden cada año miles de personas.
Origen del santuario y los sepulcros de Santa Casilda
Existía desde la antigüedad un monasterio consagrado a San Vicente en las proximidades de Buezo, junto a Briviesca. Se situaba cercano a unos pozos a cuyas aguas se atribuían propiedades curativas. La princesa mora Casilda, hija del rey de la Taifa de Toledo Al-Mamún, llegó a los lagos de San Vicente con la intención de recuperar su salud. Tras convertirse al cristianismo, decidió hacer vida eremítica en este singular paraje, superpuesto a la oquedad rocosa, donde también recibió sepultura. Según la documentación el cuerpo de Santa Casilda descansaba en la iglesia de San Vicente de Buezo hasta bien entrado el s. XV. La advocación de Santa Casilda se había ido popularizando durante los siglos XIII y XIV en relación a los milagros que se obraban por su intercesión.
Esta iglesia fue donada en el primer tercio del s. XII por Alfonso VII, el Emperador, al obispo Simón y a los canónigos de Burgos, y es propiedad del Cabildo desde el año 1293, coincidiendo con el reinado de Fernando IV. El cabildo cuidó el culto mediante el nombramiento de capellanes permanentes, y realizó en diversas ocasiones obras de restauración y ampliación de la iglesia. En 1415, Benedicto XIII concedió indulgencias para restaurar la iglesia de San Vicente.
A mediados del s. XV se trasladaron las reliquias de la santa desde el sepulcro rupestre al altar mayor del santuario. El mausoleo se encargó a los talleres de Juan de Colonia. La caja sepulcral se decoraba con ocho relieves que interpretaban la vida de Santa Casilda. Los restos de ese antiguo sepulcro se empotraron a modo de retablo pétreo en la nave norte, y, hoy, se encuentran en la cueva con la estatua yacente de la santa, junto a las escaleras del santuario.
En agosto de 1524 se llevó a cabo una de las principales reformas del templo a cargo de Nicolás de Vergara, que realizó la bella portada plateresca. El mismo año, Diego de Siloe culminaba la estatua yacente de Santa Casilda, representada dormida y coronada de rosas, para el nuevo sepulcro. Las obras se emprendieron con la intención de trasladar al altar mayor del santuario las reliquias de la santa para su custodia y la inauguración de la nueva iglesia. El acto solemne tuvo lugar en 1529 y contó con la presencia de los condestables de Castilla Pedro Fernández de Velasco y Juliana Ángela de Aragón, el canónigo Alonso Díez de Lerma, devoto de la santa y autor de una de sus biografías, y el insigne fray Francisco de Vitoria. Al acto también acudieron devotos de la santa procedentes de diversos lugares de la región, testimonio del creciente fervor que rodeaba a Santa Casilda y sus milagros.
Desde 1750 las reliquias de la santa reposan en una urna dispuesta en el transparente del retablo mayor, compuesto por una caja sepulcral de José Cortés del Valle y cubierta con la escultura yacente original de Diego de Siloe, adquiriendo todo el protagonismo del retablo.