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Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Adentrados en este maravilloso tiempo de verano, de reencuentro con Dios, con la familia y con los amigos, hemos de hacer hueco también a quienes permanecen esperando nuestra compañía al otro lado de la puerta…

 

Nos encontramos ante una nueva oportunidad de ordenar lo esencial, de volver a lo que serena el corazón que, durante el resto del año, tantas veces se disipa entre las tareas, los compromisos y las ocupaciones, de redescubrir –junto a quien edifica nuestro corazón– los cimientos que forjan nuestra vida.

 

El descanso es, también, un oasis para el alma, un respiro para ejercitar la paciencia y un tiempo de calma donde reparar las fuerzas de las tareas cotidianas. En demasiadas ocasiones, asediados por el espíritu de la prisa y el activismo, ponemos el corazón en cientos de quehaceres y descuidamos lo verdaderamente importante. Y, al final, por no dejarle sitio al reposo, a la paz y al silencio que nacen de la oración, descuidamos la única razón importante que nos lleva hasta allí: el Señor, que nos envía al encuentro de quienes nos rodean de un modo nuevo.

 

Y, para esto, «no basta desconectar», como afirmaba el Papa Francisco durante el Ángelus del 18 de julio de 2021, es necesario «descansar de verdad». Para hacerlo, «es preciso regresar al corazón de las cosas: detenerse, estar en silencio, rezar, para no pasar de las prisas del trabajo a las de las vacaciones», indicaba el Santo Padre.

 

El propio Jesús, cuando los apóstoles vuelven agotados de la misión y sienten el peso del cansancio, les invita a restaurar las fuerzas: «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco» (Mc 6, 31). Porque eran tantos los que iban y venían, dice la Escritura, que no encontraban tiempo ni para comer. Y, tras dirigirse en barca a un lugar desierto, vuelven a encontrarse con una multitud que les esperaban y terminaron poniendo una vez más sus vidas al servicio de los más pobres, obedeciendo al Señor, dando de comer a cinco mil hombres (cf. Mc 6, 32-44). Porque sólo desde la entrega gratuita y confiada nace el verdadero amor.

 

¿Qué mejor manera de tomar partido de esta invitación a cuidar el cuerpo, el espíritu, la familia y las amistades que haciéndolo, profundizando en el propio camino espiritual, al servicio de los hermanos?

 

El encuentro del Señor con los discípulos en el Monte Tabor nos recuerda la importancia de apartarnos de lo cotidiano para quedarnos, durante el tiempo que el alma necesite, contemplando el rostro del Señor Jesús. Y desde ahí, una vez transfigurados, descender de la montaña y volver a pisar la tierra sagrada donde nos esperan tantos hermanos, deseosos de la presencia de Cristo, hecho vida, sacramento y plenitud en nuestras propias manos.

 

Descansad, y hacedlo con la alegría que os merecéis. Pero no olvidéis la tarea de testimoniar la caridad y ser signos concretos del amor vivificante de Dios; tanto en los más cercanos, con los que compartís mesa y hogar, como en aquellos que viven la soledad, el sufrimiento o el abandono (en cualquiera de sus formas o circunstancias), que están en un hospital, en una residencia o que esperan cada día la visita inesperada de un ser querido.

 

Y no olvidéis el trato cercano con la Virgen María: llevadla a todas partes, caminad al son de su paso, permaneced en su sosegado amor. Que Ella sea vuestra compañía en este tiempo de verano y os ayude a seguir siendo testigos, servidores y cuidadores de Dios y de los hermanos.

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos