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Escucha aquí el mensaje de Mons. Mario Iceta

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Nuestra archidiócesis burgalesa celebra hoy el octingentésimo cuarto aniversario de la dedicación de la santa iglesia basílica catedral, un templo que se ha convertido en símbolo y emblema de Burgos y de toda su historia que ha vivido las vicisitudes de épocas variadas y diversas.

 

Desde que en 1221 se pusiese la primera piedra, de manos de rey san Fernando, la fe que expresan todas y cada una de sus piedras es testimonio de presencia cristiana en Burgos y de evangelización hasta lugares lejanos de la tierra.

 

Siguiendo el nuevo estilo gótico, la primera etapa de la construcción de la catedral queda casi concluida 60 años después, con la estructura interior, la portada de Sarmental, la principal y la de la Coronería, así como con las capillas absidiales. El último periodo de la etapa gótica destaca por la edificación de las agujas, la capilla de los Condestables y el cimborrio primitivo. Tras la reconstrucción de este (que se derrumbó por exceso de peso) y algunos cambios en las capillas, los claustros bajo y alto completan la edificación de la catedral durante el siglo XIII.

 

De nuestra catedral, cabe destacar los retablos de Gil de Siloé, el de Santa Ana o el de las Vírgenes; los retablos de Felipe de Vigarny, los hermanos Rodrigo Martín de la Haya, Juan de Vallejo, así como la colección de pinturas de finales del siglo XV y de influencia flamenca; las obras de orfebrería e imaginería, como también las custodias, la cruz procesional y los relicarios. Dentro de sus muros, los artistas más importantes del gótico, del barroco y del renacimiento han plasmado sus obras más significativas en el campo de la arquitectura, la escultura y la pintura.

 

Sin embargo, recordando aquel 20 de julio de 1221, conmemoramos que la catedral, desde entonces, no sólo fue declarada en 1984 Patrimonio de la Humanidad, merced al edificio en sí y al contenido de la misma, sino que ha acogido el sentir de los millones de corazones que han pasado por sus moradas.
804 años acumulan el peso de una historia de fe y esperanza, de muchas vidas, oraciones y de la fecundidad del Evangelio derramados allí, a los pies del Señor, bajo la atenta mirada de los santos y en las manos de Santa María.

 

Las columnas de nuestra catedral custodian infinidad de dificultades y alegrías, de sinsabores y esperanzas, de plegarias y sueños. Con el paso del tiempo, ha resistido el devenir de los acontecimientos y se ha convertido en un faro de fe, esperanza y caridad que se ha hecho cultura para admiración de tantos los visitantes. Su belleza, capaz de traspasar cualquier frontera, la convierte en un lugar eclesial de celebración, evangelización, comunión y caridad.

 

Con esta presencia tan viva, me vienen al corazón las palabras del Maestro a sus apóstoles, cuando les anima a acompañarle en su descanso: «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco» (Mc 6, 30-34). Porque nuestra catedral también es un lugar de descanso del alma y de las prisas de la vida, un recreo para los sentidos, espera habitada y contemplación, donde nadie es mirado como forastero, sino que todos somos acogidos como hermanos.

 

En medio de la incertidumbre, de los tiempos difíciles y de las prisas con que nos asedia en demasiadas ocasiones la vida, la Iglesia –por medio de sus templos– ha de ser ese «hospital de campaña» al que apuntaba, una y otra vez, el recordado papa Francisco: «Esta imagen de la Iglesia que, como el buen samaritano, se acerca con compasión y venda las heridas derramando sobre ellas aceite y vino (cf. Lc 10, 34)».

 

Ante el asombro que deslumbra, las palabras han de dejar espacio a los gestos de mutua acogida. Y hoy, tras más de ocho siglos, nuestra catedral quiere seguir siendo ese hogar samaritano que refleja el rostro de Cristo, quien tomó sobre sí todos nuestros anhelos para darles sentido con la fuerza de la Resurrección.

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa
Arzobispo de Burgos