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Ibrahima Diouf llegó a Tenerife en 2023. Salió de Senegal cuando apenas contaba con 16 años junto a su hermana, también menor de edad. Viajó con más de 300 personas a borde de un cayuco durante siete días, alimentándose de leche y galletas. A su llegada a la isla, pasó unas semanas en un centro de menores, donde le dieron asilo, comida y algo de ropa. De allí saltó a la península, primero a Almería y más tarde a Burgos. A través de Cáritas llegó a la Casa de Acogida que las Hijas de la Caridad regentan en la ciudad: «Las hermanas nos están ayudando, son muy amables y simpáticas; nos ayudan a estudiar y conocer las costumbres de España. Estoy muy contento», relata. Ahora, ya cumplidos los 18, estudia 3º de la ESO en un centro de adultos, con la «esperanza de trabajar como cocinero o panadero y ayudar a mi familia. Quiero que este sueño se logre», comenta.

Ibrahima es uno de los 39.030 extranjeros empadronados en la provincia, según datos del Instituto Nacional de Estadística. A pesar de la percepción, la población de origen africana no es la mayoritaria en el territorio burgalés, sino que los países que más migrantes aportan a la provincia son principalmente europeos, con un fuerte aumento continuado de población latinoamericana en los últimos ocho años. Seis países aportan la mayor parte de la población extranjera a la provincia: Rumanía, Colombia, Bulgaria, Marruecos, Portugal y Venezuela, siendo Colombia y Venezuela los que más han aumentado.

El flujo migratorio se ha impulsado con fuerza tras la pandemia, debido al aumento de los conflictos internacionales y el cambio climático. Los deseos de alcanzar una vida mejor los convierten en una suerte de «misioneros de esperanza» a los que la Iglesia quiere poner el foco durante las próximas semanas, con la celebración de la 111ª Jornada Mundial de las Migraciones y el Jubileo de los Migrantes y Misioneros. En Burgos, estos eventos coinciden, además, con el 25 aniversario de la Casa de Acogida San Vicente de Paúl, haciendo que el calendario diocesano se llene de celebraciones, vigilias, eucaristías y sesiones de videofórum durante los próximos días.

Acogida comunitaria

La delegada diocesana de la Pastoral para las Migraciones, Hilda Vizarro, ha señalado que los migrantes «sostienen la población burgalesa» en números estables, ya que generalmente no vuelven a sus lugares de origen porque «la situación allí es difícil y a veces te juegas la vida». Subraya que, hoy en día, la principal dificultad a las que se enfrentan son el acceso al trabajo «porque no tienen la tarjeta de residencia» y tienen que esperar al menos dos años hasta alcanzarla. «Los chicos quieren trabajar y se buscan la vida ayudando a montar terrazas a algunos hosteleros».

Para ayudarles en su proceso de integración, mientras esperan sus permisos de residencia, la archidiócesis ha puesto en marcha un proyecto de acogida en algunas familias, parroquias y comunidades religiosas. Desde abril de 2024, 22 personas se han beneficiado de este programa, que ofrece un lugar de alojamiento y facilita la integración de los migrantes en los barrios y las parroquias donde son acogidos. «Es un trabajo gratificante, nos hacen ellos más bien a nosotros de lo que nosotros les ofrecemos», explica Carlos Gutiérrez, voluntario de este programa en la unidad parroquial de San Antonio Abad – El Pilar». «Cuando haces este trabajo de voluntariado te vas a casa con la satisfacción de que alguien es un poco más feliz».

En su parroquia, una feligresa ofreció un apartamento para acoger a tres migrantes. «Hacemos excursiones, les enseñamos el idioma, les ayudamos a conocer gente», continúa Gutiérrez. De esta manera, las comunidades les ofrecen un hogar mientras ellos les reportan la riqueza de su cultura, de su idiosincrasia y su forma de vida.