En vísperas de que en Roma el papa León XIV celebre el Jubileo de los migrantes y los misioneros (lo hará el próximo 5 de octubre), la catedral de Burgos acogió en la tarde de esta misma celebración jubilar, presidida por el arzobispo, mons. Mario Iceta.
Más de 300 migrantes, misioneros, familiares, sacerdotes del IEME y agentes de pastoral llegados desde distintos puntos de la provincia se dieron cita a primera hora de la tarde en la plaza Santa María para caminar en procesión con sus banderas y con la Cruz de Lampedusa hasta la puerta de la catedral, donde fueron recibidos por el arzobispo y un buen número de sacerdotes. Tras recibir el agua bendita, en recuerdo del bautismo, la procesión se dirigió a la capilla de Santa Tecla, donde tuvo lugar la celebración de la eucaristía, en la que animó el canto litúrgico el coro parroquial de Salas de los Infantes.
En su homilía, el arzobispo se felicitó de que muchos migrantes, al igual que en otras épocas hicieron los misioneros burgaleses, vienen hoy a nuestra tierra «a alimentar y sostener nuestra fe, que a veces parece que se debilita, se apaga y entristece», mientras mostró su preocupación de que «nuestra frialdad también pueda enfriar vuestro testimonio».
Siguiendo el itinerario de las lecturas que marcaba la liturgia, el arzobispo denunció un «culto burguesía que no conmueve el corazón» y una cultura europea que «hace promesas que luego no cumple» respecto a la defensa de la dignidad de los más necesitados. «Nuestra vida vive momentos de despiste, aunque queremos vivir la caridad», explicó. «El Señor no condena la riqueza, sino estar pegado a las riquezas, que los bienes materiales sean nuestro centro y no destinarlos a compartir, para que todos vivan con dignidad. El Señor reprocha que no nos conmovamos», destacó.
Al finalizar la celebración, las delegadas de Migraciones, Hilda Vizarro, y de Misiones, Maite Domínguez, realizaron una acción de gracias; ellas, junto con algunas otras personas, representarán a Burgos en el Jubileo en Roma el próximo fin de semana.
Tras la misa, la fiesta continuó después por diversos emplazamientos de las calles del centro de la ciudad, con bailes típicos de Perú, Ecuador y Rumanía, para finalizar con un aperitivo compartido en el claustro de la Facultad de Teología.