Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta
Queridos hermanos y hermanas:
La Iglesia nos invita a vivir el mes de octubre con un acento particular en la oración del Santo Rosario. Esta devoción, que hunde sus raíces en la tradición más viva del pueblo cristiano, ha acompañado a generaciones de fieles en su camino de fe, siendo instrumento de contemplación de los misterios de Cristo junto con la Virgen María.
Desde el siglo XVI, después de la victoria de Lepanto atribuida a la intercesión de la Virgen del Rosario, octubre quedó marcado como el mes de esta oración. No es casualidad que, en este tiempo del año, cuando en muchos países se inicia un nuevo ciclo pastoral, la Iglesia nos recuerde la importancia de volver a lo esencial: contemplar el rostro de Cristo. Y el Rosario es precisamente eso: una «escuela de contemplación».
San Juan Pablo II, gran apóstol del Rosario, lo expresó de manera luminosa en su carta apostólica Rosarium Virginis Mariae (2002): «Rezar el Rosario no es otra cosa que contemplar con María el rostro de Cristo». Para él, el Rosario era «mi oración predilecta», porque en la repetición serena del Ave María, el corazón se abre a la gracia, y cada misterio nos conduce al núcleo mismo del Evangelio.
A veces se piensa que el Rosario es una oración «mariana» en sentido limitado, pero la tradición de la Iglesia insiste en que es un camino profundamente cristocéntrico. Cada misterio nos sitúa ante un momento decisivo de la vida del Señor: su encarnación, su pasión, su resurrección, la luz de su Reino. María no se queda en sí misma, sino que nos toma de la mano y nos lleva a Cristo.
Benedicto XVI subrayó esta dimensión en varias ocasiones, afirmando que «el Rosario es oración contemplativa y cristológica. Con él nos dejamos guiar por la Madre para fijar nuestra mirada en el rostro de Cristo». Él veía en el Rosario una ayuda para mantener la mirada de la fe en medio de un mundo disperso, donde la prisa y la distracción dificultan la oración silenciosa.
El mes de octubre es también el mes de las misiones. La Providencia ha querido unir en este mes la memoria de la Virgen del Rosario con la Jornada Mundial de las Misiones, recordándonos que toda auténtica contemplación desemboca en misión.
El papa Francisco, fiel a este espíritu, ha insistido en que el Rosario es oración del pueblo, sencilla y profunda, que nos abre a la dimensión evangelizadora. En una audiencia en 2021 decía: «El Rosario es oración de amor a María, y es también oración de amor a la Iglesia, que siempre sale al encuentro de los hermanos».
La repetición confiada del Ave María no nos encierra en un círculo, sino que nos impulsa a abrirnos al horizonte de la caridad. Al contemplar los misterios, aprendemos a mirar la realidad con los ojos de Cristo: con compasión hacia los pobres, con misericordia hacia los que sufren, con esperanza ante las pruebas.
Vivimos en un mundo herido por guerras, desencuentros, injusticias y violencia. ¿Qué puede hacer el cristiano ante tanto dolor? Los papas nos han recordado que el Rosario es un «arma de paz». Juan Pablo II lo propuso como medio para pedir la paz después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Benedicto XVI lo rezaba por la unidad de los cristianos. Francisco lo ha propuesto insistentemente por la paz en el mundo.
El Rosario pacifica el corazón. Cada Ave María, recitada con fe, es un soplo de esperanza. Es como dejar que el Espíritu Santo nos sumerja en el ritmo sereno de la oración, que nos aparta del ruido interior y nos dispone a recibir la paz de Cristo. El Rosario es una oración cercana a la experiencia del pueblo fiel. Es oración sencilla, que no exige grandes conocimientos, pero que abre al misterio de Dios. Cada Rosario rezado con fe es un acto de amor que transforma la vida.
Hoy más que nunca, cuando tantas familias sufren por la falta de paz, cuando la sociedad se ve dividida por la indiferencia y el egoísmo, necesitamos acudir a María para que nos enseñe a vivir como discípulos misioneros de su Hijo. Ofrezcámoslo por la paz, por las vocaciones, por las misiones, por los que sufren, por los enfermos, por los migrantes, por la unidad de la Iglesia. Que cada Ave María sea como una semilla de esperanza sembrada en el corazón del mundo.
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.