Que los sacerdotes sean felices. Lo que el arzobispo escuchó en Roma en el transcurso de los Jubileos de los seminaristas, sacerdotes y obispos, parece ser un deseo a realizarse en la Iglesia que preside. Si ya lo advirtió en el inicio de curso con los sacerdotes que ejercen su ministerio en la ciudad, hoy lo ha vuelto a repetir en el retiro que ha impartido a los que trabajan en la zona central de la provincia.
Y para monseñor Mario Iceta la «fuente perenne» de la felicidad del sacerdote es «el amor de Cristo», pues todas las demás fuentes de felicidad –la familia, la parroquia en la que trabajan o hasta la salud– son temporales y acaban por esfumarse. Para el arzobispo, amar significa «vivir en el corazón de la persona amada» y, por eso, «el sacerdote ha de vivir en el corazón de Cristo». «De ahí nacerá todo lo demás», ha explicado.
A lo largo de dos meditaciones, el arzobispo ha invitado a los sacerdotes a revivir la llamada de su vocación a través de pasajes de la Escritura y el magisterio de los últimos papas. «El Señor ha venido a seducirnos y enamorarse de nosotros», ha insistido, invitando a los presbíteros a permanecer en el amor del corazón de Cristo sin necesidad de «buscar otras consolaciones» fuera de él.
Para mons. Iceta, es importante que los sacerdotes permitan a Dios «poseer» su vida: su tiempo, sus afectos y hasta sus pobrezas, proyectos personales y «el ego herido». Estando con Dios incluso en una «soledad habitada», aprenderán a «amar lo que Dios ama» y «buscar lo que Dios busca». Para ello, «es indispensable» la oración, adaptándola a cada tiempo y circunstancia concreta: «No falles ningún día en la oración», les ha exhortado.
Más allá del voluntarismo
El arzobispo ha recordado de igual modo que si «la santidad es la forma de vida del cristiano» también lo es del sacerdote. «Sólo el amor puede cambiar nuestra vida, no el voluntarismo. Solo puedo cambiar realmente cuando encuentro un bien mayor. No se trata de obedecer un mandato», sino «dejarnos sacar de la miseria por un amor más grande». «La humildad de Cristo nos enseña el camino del abajamiento: acercarnos nosotros también a él a través de nuestras pequeñeces, con mansedumbre y humildad», ha concluido, permitirá a los sacerdotes encontrar la fuente inagotable de la felicidad y poder vivir la caridad pastoral.