En esta fin de semana en el que se ha celebrado la solemnidad de Todos los Santos y, hoy, 2 de noviembre, la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, la tradición de visitar los cementerios cobra especial relevancia. En Burgos, donde se ofician una media de 180 funerales al mes entre parroquias y el tanatorio, la Iglesia mantiene una presencia constante y silenciosa. En el tanatorio de San José, un capellán ofrece consuelo y esperanza a quienes afrontan la despedida de sus seres queridos, convirtiendo el duelo en un momento de acompañamiento espiritual.
Desde hace cinco años, Ángel Marino, sacerdote diocesano y capellán del tanatorio, acompaña a las familias en este espacio donde, según explica en el programa El Espejo de COPE con Álvaro Tajadura, «el tiempo se concentra y las emociones se hacen más hondas». Para él, el periodo que las familias pasan en el velatorio es un «tiempo condensado» y referencial, muy especial para todos.
Una dedicación basada en la escucha
El capellán subraya que su labor es más una «dedicación» que un trabajo. Su primera tarea es la acogida, que supone «entrar al encuentro, saludar, visitar a las personas y escuchar». Ante la circunstancia de que muchas familias ya no tienen un vínculo directo con sus parroquias, la capellanía actúa como un puente. «Si la familia no va a la parroquia, que sea la parroquia quien se haga presente aquí», afirma Marino, destacando la importancia de ofrecer una continuidad en el acompañamiento en el duelo.
En cada caso, su objetivo es «darle verdad y valor a ese momento y ofrecer desde la fe». Es consciente de la diversidad de situaciones de los presentes, desde practicantes hasta personas alejadas de la Iglesia, pero busca que «todos nos sintamos acogidos». En este sentido, Ángel Marino tiene muy presentes unas palabras del papa Francisco que se repite como un mantra: «La fe no elimina el dolor, pero lo ilumina, y que ante la presencia de la muerte es inevitable interrogarse por el sentido de la vida».
Marino reconoce que «no hay recetas» para acompañar a cada familia. La clave, insiste, está en la escucha activa. «Se trata de ir con sencillez y preguntar ‘¿cómo están?’, ‘¿cómo se encuentran?’. Y cada cual, a partir de una pequeña cuestión, te da pistas para vivirlo con verdad», explica sobre su método, que califica como algo imprevisible y sin una programación posible.
Un ministerio surgido por casualidad
Su llegada a este ministerio fue casi una casualidad. Hace cinco años, mientras estaba de misionero en Santiago de Cuba, la pandemia le sorprendió en España y le obligó a quedarse. El entonces vicario general le pidió que ayudara en el tanatorio, y allí ha continuado hasta hoy. Una de las claves de su labor, afirma, es «tener una libertad muy grande para estar donde eres enviado, no donde te gusta estar».
Durante este tiempo, valora especialmente el trabajo en equipo con otros sacerdotes. Recuerda con afecto a compañeros como Rafael Cubillo y Aurelio Peña, y menciona con tristeza a José María Quintana, fallecido el pasado 13 de mayo. «Desde su enfermedad, pues ha sido estar yo más solo, pero también compartiendo con los compañeros que vienen a celebrar», comenta.






