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La capilla de Santa Tecla de la catedral de Burgos ha acogido esta mañana la celebración eucarística en sufragio por los sacerdotes y obispos difuntos del presbiterio diocesano. Una ceremonia que ha presidido Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa, arzobispo de Burgos, y que ha estado concelebrada por el arzobispo emérito, Mons. Fidel Herráez Vegas, y los obispos burgaleses Mons. Ramón del Hoyo López, emérito de Jaén, y Mons. Cecilio Raúl Berzosa Martínez, emérito de Ciudad Rodrigo, así como por numerosos sacerdotes de la archidiócesis.

 

Durante la homilía, el arzobispo ha recordado el valor inconmensurable del ministerio sacerdotal y ha afirmado que «una eucaristía no vale diez euros; vale el infinito». En esta línea, ha subrayado que «bienaventurados vosotros porque no os lo pueden pagar, pero os pagarán en la resurrección de los justos». Mons. Iceta ha destacado que el sacerdocio es un servicio que no puede medirse en términos materiales, sino en la entrega gratuita al pueblo de Dios: «Perdonar los pecados no se puede comprar con todo el oro del mundo. Nuestro tesoro es el Señor».

 

En su reflexión, ha invitado a los presbíteros a reconocer la grandeza de su vocación y a vivir con espíritu de sencillez y comunión: «Entre el presbiterio no sólo comáis con los que son de la misma cuerda, sino que abrid el círculo a los pobres, a los que tú piensas que son cojos, pero igual el cojo es uno mismo». Ha exhortado también a cada sacerdote a mantener viva la caridad pastoral, recordando que «no vivimos para acaparar bienes, sino para servir con alegría al trozo de viña que el Señor nos ha encomendado».

 

Mons. Iceta ha insistido en la necesidad de cultivar la generosidad y la atención a los más necesitados, dedicando tiempo a quienes sufren la soledad o la enfermedad: «Al menos la décima parte de nuestro tiempo debe ser para los que están solos, para visitar a las personas mayores». Y añadió: «Acordaos del buen samaritano, que no pidió nada a cambio, sino que pagó la posada. Pagó su sanación, su salvación».

 

El arzobispo ha reconocido el sacrificio y la fidelidad de tantos sacerdotes que, a lo largo de los años, han servido con humildad en parroquias y comunidades rurales: «Muchos han vivido en condiciones muy precarias, pero su tesoro ha sido y es enorme, infinito en el cielo». Ha pedido al Señor que recompense su entrega y ha recordado que el presbiterio diocesano continúa la labor de quienes les precedieron: «Nosotros no comenzamos nada. Somos seguidores de una tradición y detrás de nosotros vendrán otros. Nadie es imprescindible, ni el último sacerdote del último pueblo del mundo ni el Santo Padre».

 

La celebración ha concluido en la capilla de Santa Ana, donde reposan los restos de los últimos arzobispos de Burgos. Allí, Mons. Iceta ha rezado un responso y ha asperjado con agua bendita las tumbas, en un gesto de gratitud y comunión con quienes consagraron su vida al servicio de la Iglesia.