Hace más de una década, Cáritas y el Ayuntamiento de Burgos impulsaron la creación de un recurso de atención nocturna destinado a personas sin hogar en situación de grave exclusión social. Dado que quien pasa allí las frías noches de invierno no necesita cumplir con demasiados «requisitos», Cáritas bautizó su programa como «unidad de mínima exigencia», aunque la verdad es que el trato que allí se ofrece es «máximo», como ha recordado la concejala de Acción Social, Milagros del Campo. «Detrás hay un equipo humano enorme, con una dedicación y una sensibilidad excepcionales», ha subrayado.
De hecho, lo que empezó con unas «sencillas hamacas compradas en Dechatlon», es hoy «un recurso consolidado, necesario y que ofrece mucho más que un techo, ofrece una oportunidad de cambio». David Polo, responsable de este programa, ha recordado que, aunque nació «como un recurso de emergencia», hoy en día «muchas personas inician procesos personales de mejora y recuperación gracias a este acompañamiento».
Durante la última campaña (de noviembre de 2024 a abril de 2025), la UME atendió a 24 personas –22 hombres y 2 mujeres–, con un total de 1.452 pernoctaciones. El 75% de los usuarios permaneció al menos una semana en el recurso, con una estancia media de 54 días. En cuanto al perfil, el 30% de los participantes han sido españoles y el resto procedían de otros países de Europa, África, América Latina y Oriente Medio. La mayoría presentaba problemas de salud mental, adicciones o enfermedades crónicas, además de un fuerte desarraigo familiar y social. Ocho de los atendidos sufrían patología dual (trastorno mental y consumo de sustancias), y seis padecían enfermedades graves como VIH, hepatitis o afecciones cardiovasculares. Además, cinco contaban con algún tipo de discapacidad reconocida.
Desde la pandemia, el perfil de las personas sin hogar ha variado. Ha aumentado el número de jóvenes –la media de edad es de 38 años– y de personas migrantes en situación de calle. «Son personas con menos red familiar, empleos precarios y mucha fragilidad emocional», ha destacado Polo. Pese a las dificultades, el balance del equipo es positivo: varias personas atendidas han logrado estabilizar su situación e iniciar procesos de inserción social o laboral. «Las historias de recuperación existen, aunque sean lentas. Son fruto del trabajo constante, la coordinación y la escucha».
La Unidad de Mínima Exigencia se sostiene gracias a tres personas voluntarias, dos conserjes, un coordinador educador social y el equipo técnico de Cáritas, además de la colaboración de la Casa de Acogida San Vicente de Paúl, que facilita comidas y servicios complementarios, como su centro de día. La concejala de Servicios Sociales ha destacado la aportación municipal, que asciende 18.500 euros anuales, incrementada este año en torno al 3%. David Polo ha subrayado que este tipo de recursos «son proyectos humanos, que construyen ciudad y dignidad». También ha puesto en valor la coordinación entre los servicios sociales municipales y las entidades del tercer sector, «fundamental para dar respuestas reales y rápidas».






