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jesucristo rey del universo

 

Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy la Iglesia celebra y proclama que Cristo es Rey: un Rey completamente diferente a los que acostumbra este mundo a apreciar, pues reina amando y sirviendo, sin estrado ni insignias, ciñéndose una toalla a su cuerpo para lavar los pies de aquellos que, con humildad, se dejan acoger (cf. Jn 13, 3-5).

 

San Agustín lo expresó con una claridad luminosa: «No se rebajó el Señor de los cielos al lavar los pies de los discípulos; más bien nos dio ejemplo de lo que conviene a los que gobiernan: servir por amor» (In Ioannis Evangelium Tractatus, 58, 4).

 

La Iglesia, en esta solemnidad, revela un reinado –edificado en la mansedumbre y en la aparente debilidad– que desconcierta toda lógica humana, porque no se cimienta sobre el poder ni sobre la gloria mundana, sino sobre el amor que se entrega hasta el extremo. Así, la omnipotencia de Dios se hace visible en la humildad de un corazón que se deja herir.

 

Cristo reina desde la cruz, su trono es un madero y su corona está tejida de espinas. Se hace siervo, pequeño y pobre para dejar inscrito en nuestras almas que sólo quien sirve puede reinar. En su morada se entra descalzo, con el alma sosegada, reconociendo la propia pobreza. Sus bienaventuranzas esculpen su nobleza: los pobres de espíritu, los mansos, los humildes, los sufrientes, los perseguidos… son los verdaderos herederos de su corona. Revestidos de esta humanidad que nace de su corazón atravesado, ¿cómo no acariciar su manto, delicadamente confeccionado de una pobreza asumida por amor?

 

«Mi Reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí» (Jn 18, 36). Estas palabras que el Señor dice a Pilato son una donación absoluta, pues su reinado no busca súbditos, sino hermanos e hijos que aprendan a amar a su imagen y semejanza.

 

Desde el Monte Calvario, el Hijo del Hombre muestra el rostro del Dios que se abaja: «Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32). Allí, asumiendo los sufrimientos de la humanidad, suspendido entre el cielo y la tierra, pronuncia el perdón que abre los cielos: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34).

 

El Papa Benedicto XVI, durante una homilía pronunciada en diciembre de 2006, decía que el Reino de Cristo «no se funda en la fuerza de las armas», sino «en la potencia del amor que vence al mal y destruye la muerte desde dentro». El Pontífice revelaba que el Reino del Señor Jesús es silencioso, delicado y paciente, y prospera cada vez que alguien elige perdonar, cada vez que un corazón se abaja para servir, cada vez que una herida se transforma en ofrenda. Y el amor es mucho más poderoso que cualquier arma humana.

 

El trono de Cristo es todo corazón que se deja habitar por su misericordia. Él jamás rechaza a nadie, sino que lo mira con amor y lo levanta de su postración curando toda soledad y toda herida. Su reinado comienza en ese lugar escondido donde un alma desea comenzar a vivir como Él: «El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9, 35). Y lo dijo tomando un niño entre sus brazos para enseñarnos que sólo acogiéndolo como Él en su nombre, podremos experimentar que el descenso es el único camino que lleva a la gloria.

 

La Virgen María, Quien permaneció junto a la cruz, nos enseña que sólo es posible reinar amando y que sólo quien sirve con pureza gobierna revestido de piedad. Le pedimos hoy que nos enseñe a reinar sirviendo y a servir reinando, como lo hizo su Hijo Jesús, para que cuando llegue el día en que toda rodilla se doble ante Él, podamos decirle: En la herida de tu Costado encontré el amor que me condujo de vuelta a Casa.

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos