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Jubileo 2025 peregrinos de esperanza burgos

 

Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Adentrados en el corazón mismo de la Navidad, con la Palabra hecha carne en el silencio de nuestro particular pesebre, la Iglesia se detiene hoy para contemplar un misterio doméstico y decisivo para la historia: la Sagrada Familia de Nazaret. Hoy celebramos una forma concreta de vivir de Dios en el seno de una familia. En una casa humilde de Nazaret, Dios aprendió a ser cuidado y amado. Y desde ese hogar comenzó a latir una esperanza para todos.

 

En la Virgen María, aquella que conservaba todas las cosas y las meditaba en su corazón (cf. Lc 2, 19), descubrimos la fe que acoge sin poseer, la confianza que no exige explicaciones. Ella sabía que su vida era un terreno sagrado, una custodia viva conservada sin mancha donde Dios podía permanecer, incluso cuando ese misterio le obligaba a transitar en la penumbra.

 

En san José, el justo que cree obedeciendo, descubrimos a ese servidor fiel que escucha y actúa en silencio, guardando lo que más ama: hizo lo que el ángel del Señor le había mandado (cf. Mt 1, 24). Es el brazo que sostiene y protege, la voz que escucha y calma, la mirada que ve y espera. José es el guardián silencioso que hace espacio a Dios, sin ruido, sin palabras que desacrediten la misión que le ha sido encomendada.

 

Y en Jesús contemplamos al Hijo eterno que aceptó crecer «en sabiduría, en estatura y en gracia» (Lc 2, 52) en el seno de una familia humilde, bajo la penumbra de un sencillo cobijo en mitad de la noche. El Verbo, siendo el mismo Dios, se dejó criar y cuidar. De esta manera, santificó lo cotidiano, el transitar de los años ocultos bajo el manto de sus padres y la obediencia filial. Su encarnación nos muestra a un Dios que acompaña, vela y salva desde lo más profundo de nuestra fragilidad.

 

A la luz de este Misterio, comprendemos mejor el camino jubilar que clausuramos en nuestra archidiócesis burgalesa. Como la Sagrada Familia, también nosotros hemos caminado fiándonos de esa Trinidad que acompaña nuestro paso por las páginas de la historia, sosteniéndonos tantas veces en la confianza. Hemos emprendido acciones en pos de un mundo más justo, más fraterno y más bello; hemos escuchado el clamor de la fragilidad y nos apresuramos a remediar sufrimientos y pobrezas siendo conscientes de nuestras propias heridas y carencias; hemos abierto procesos, celebrado encuentros en vistas a impulsar la evangelización, siempre desde la esperanza compartida que hace bello lo quebrado y perfecto lo imperfecto.

 

Decía san Juan Pablo II que la familia –y podríamos decir también la Iglesia– está llamada a ser «comunidad íntima de vida y de amor conyugal, fundada por el Creador» (Familiaris consortio, 13), lugar donde la fe se hace carne y el Evangelio se torna regalado.

 

Desde esta pertenencia recíproca que brota como signo sacramental de la misma relación de Cristo con la Iglesia, descubrimos que este Jubileo ha sido para nosotros una verdadera escuela de Nazaret, donde hemos aprendido que la fe se transmite por contagio, por cercanía, por testimonio y del servicio a los pobres y necesitados que pretendemos acompañar y servir. Y es, a través de la Sagrada Familia, de vidas de santos y de tantos ejemplos sencillos que han florecido entre nosotros, cómo hemos ido descubriendo la manera en la que el Señor de la Vida nos ha acompañado en este tiempo de gracia y bendición.

 

La Iglesia crece cuando cuida, evangeliza cuando acompaña y permanece cuando ama. Así cerramos el Jubileo, no para esconderlo bajo el celemín o en un rincón de la casa, sino para entregarlo a la Providencia. Como hacía la familia de Nazaret que, tras cada noche incierta, se afianzaba en la bondad del Padre para continuar diciendo «sí» sin condiciones, sin evasivas y sin miedos. Para que nuestra Iglesia que peregrina en Burgos siga siendo un hogar habitable, entrañable y fraterno donde Dios pueda morar y donde toda persona, de modo particular la más vulnerable, al entrar, pueda volver a creer al sentirse acogida y servida con amor.

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos