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El Señor de Burgos ha salido a las calles para bendecir «nuestros hogares, nuestros hospitales y residencias de mayores, nuestras familias, empresas, las personas que viven sin esperanza y los jóvenes que preparan sus botellones para anestesiar sus dolores». Lo ha hecho coincidiendo con la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, portado a hombros por miembros de la cofradía de las Siete Palabras y arropado por cofrades del Santísimo Cristo de Burgos de Jaén, Cabra, Alfarnatejo (Málaga) y Chucena (Huelva), representantes civiles y cientos de burgaleses y foráneos que no han querido perderse la escena.
Antes de recorrer la ciudad, el arzobispo ha presidido en la catedral la eucaristía. Para monseñor Mario Iceta, la imagen de Cristo clavado en la cruz «llena de sentido el sufrimiento» a modo de «fármaco para el alma». «No podemos eliminar el sufrimiento porque forma parte de nuestra vida». Los medios técnicos sólo logran paliar los dolores físicos, pero los dolores morales y la traición sólo se pueden comprender «bajo la luz del amor». Es necesario «encontrar un sentido al sufrimiento. El sacrificio es parte sustancial del amor. La capacidad del sacrificio es la medida del amor. Jesús lo ha asumido en la cruz, nos ama y nos abre el camino», ha explicado.
Por eso, Cristo anima a sus discípulos a «tomar la cruz y seguirlo». «Toma la cruz», ha invitado a los presentes. «Tú sabes cuál es: las dificultades familiares, la enfermedad, la empresa que se hunde. Toma tu cruz, porque yo la he tomado por ti: esto es amar».
Leyenda y devoción
Después de la lluvia que cayó la pasada Semana Santa en Burgos, la imagen del Santísimo Cristo ha podido esta vez procesionar. La tradición sostiene que, en la Edad Media, un acaudalado comerciante burgalés encontró un arcón en alta mar que custodiaba un Cristo articulado de gran realismo. Lo rescató del agua y lo condujo al monasterio que entonces regían los agustinos en la ciudad, mientras las campanas doblaron por sí solas a la entrada del Cristo en el templo. Desde entonces, su fama milagrosa se extendió y el pueblo burgalés lo incardinó en el centro de su devoción. Con la exclaustración del convento agustino con las reformas de los gobiernos liberales, el Cristo pasó a la Catedral de Burgos, en donde se conserva y se venera hasta hoy y cuya devoción se extiende por todo el mundo.