Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta
Queridos hermanos y hermanas:
«Todos aquellos que caminan de un lugar a otro, de una ciudad a otra, de una costa a otra, de un corazón a otro forman parte de un mismo pueblo: un pueblo con el que, no lo olvidemos, Dios camina desde el principio». Estas palabras, que se adentran en lo profundo del mensaje que envían los obispos de la Subcomisión Episcopal para las Migraciones y Movilidad Humana de la Conferencia Episcopal Española para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, nos recuerdan que en el pensamiento bíblico y eclesial siempre ha estado presente la imagen del camino para reflejar lo que supone la experiencia de Dios o la propia vida personal o comunitaria.
Sin duda alguna, la movilidad humana traza un horizonte esencial y profundamente significativo en esta época que vivimos. Y esta jornada que celebramos nos invita a repensar el sentido de nuestro camino y de nuestro caminar: cómo es nuestro paso, cuál es la finalidad, dónde descansa nuestro cansancio, qué importancia adquiere en nuestra vida y en la de nuestros hermanos…
Dios camina con su pueblo, reza el lema para esta jornada, con el deseo de perpetuar que la presencia de Dios en medio del pueblo «es una certeza de la historia de la salvación», tal y como destaca el Papa Francisco en su mensaje. Dios no sólo camina con su pueblo, sino también en su pueblo, recuerda el Santo Padre, en el sentido de que «se identifica con los hombres y las mujeres en su caminar por la historia –especialmente con los últimos, los pobres, los marginados–, como prolongación del misterio de la Encarnación».
Así, el encuentro con cada uno de estos hermanos migrantes y refugiados es un encuentro cara a cara con el Señor (cf. Mt 25, 35-46). Cada vez que tocamos su carne viva en los más vulnerables, la humanidad no pierde el paso si Él habita cada trazo del camino.
«Somos ciudadanos del cielo» (Flp 3, 17-4, 1), llegó a decir san Pablo a la comunidad de Filipo. Y sólo Él «transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo». Por tanto, nuestra meta es el abrazo glorioso con el Padre: un camino hacia la plenitud, una pascua hacia la Jerusalén Celestial.
La Iglesia «está fundada en Jesucristo y sus apóstoles y discípulos itinerantes, diversa y abierta al mestizaje desde el comienzo en Pentecostés, misionera gracias a quienes migraban o viajaban abandonando en parte la seguridad de la iglesia de referencia en Jerusalén», rememoran los obispos en su carta. Un recuerdo muy presente a día de hoy, que nos invita a ampliar la mirada sobre nuestra Iglesia y su historia, para que hagamos a nuestros hermanos migrantes y refugiados un sitio en nuestras vidas.
Aquí, en nuestra archidiócesis, una familia burgalesa y la comunidad parroquial de San Juan de Ortega han acogido, respectivamente, a un matrimonio venezolano solicitante de asilo y a unos jóvenes africanos, merced a la Pastoral para las Migraciones, a Cáritas, a Atalaya Intercultural y a la Casa de Acogida de San Vicente de Paúl. Esta iniciativa apodada Familias, comunidades y parroquias acogedoras, nació con el deseo de promover una cultura de la hospitalidad que –en sintonía con el Santo Padre– acoja y proteja al necesitado.
A través de este proyecto colmado de compasión, se implican personas y comunidades que quieren responder con hechos concretos a la llamada del Evangelio, retomando uno de los puntos de la Asamblea Diocesana 2022.
Le pedimos a la Virgen María, Consuelo de los migrantes, quien tuvo que experimentar el camino difícil de la huida a Egipto junto a san José y a Jesús recién nacido, que nos ayude a ser acogedores con aquellos que viven el drama de la migración, a tender la mano a las víctimas del rechazo y a custodiar la Palabra en el corazón. Ponemos en su alma maternal a todos los necesitados de protección y ayuda para que recuerden que el Señor les acompañará en todo momento y no les abandonará ni les dejará desamparados (cf. Dt 31, 6).
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.