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Dice que la historia de su vocación no es espectacular y que su deseo de ser sacerdote nació en su pueblo, Araúzo de Miel, y de la mano de san José, que fue suscitando en él el deseo de «custodiar a Jesús, mirarle, estar cerca de él y llevárselo a la gente», justo como también hacían los sacerdotes a los que admiraba. Así que gracias al acompañamiento de un director espiritual decidió marchar del pueblo y terminar el bachillerato en el Seminario, al que ingresó cuando tenía 17 años.

 

Ahora, a los 24, Alejandro Sánchez está a punto de culminar su licenciatura de Teología en la especialidad de ‘Laicos, Familia y Vida’ mientras realiza sus pinitos pastorales en la parroquia de San Pedro y San Felices de la capital, donde además de impartir catequesis, también acompaña a un grupo de jóvenes y al grupo Scout, colabora en Alpha y participa en el ‘equipo misión’, con el que piensan en acciones evangelizadoras y modos de dinamizar la parroquia en clave misionera. Además, cuando regresa al pueblo no deja de colaborar con su párroco e, incluso, realiza celebraciones de la palabra en otras localidades cercanas, un hecho que le «ilusiona» porque empieza a poner en práctica lo que un día le tocará realizar como sacerdote.

 

Por eso, Alejando sabe ya a la perfección lo que implica la pastoral en la ciudad y en los pequeños pueblos. En el primer caso, «hay más posibilidades», pero también descubre que los curas de los pueblos «son más felices». Aunque quizás no haya tanta gente ni tanta actividad pastoral, eso posibilita estar «más cerca de todos y es bonito poder visitar a enfermos, mayores y las pocas familias que allí viven y que en la ciudad es un ideal que a veces no se puede abarcar» por el volumen de actividad, explica.

 

«Llenar de Dios esta tierra vaciada»

 

Por eso, cuando sea sacerdote Alejandro Sánchez está abierto a «servir al Señor en los demás allí donde la Iglesia me pida», sin descartar dedicarse a la docencia, una de sus pasiones junto con la lectura –su autor favorito es Ildefonso Falcones– y la escritura.

 

Sabe que su tarea como cura se desarrollará en un ambiente post cristiano, donde la práctica religiosa ya no es una prioridad y donde la despoblación de la zona rural será todo un reto pastoral. Pero, como les expresó el papa Francisco en una audiencia privada en abril del año pasado, sabe que su tarea será «llenar de Dios esta tierra vaciada» y hacerlo «sin miedo». Las palabras del Santo Padre fueron transmitidas con «unos ojos llenos de ternura y de cariño, como las de un padre que no te conoce pero sabes que te está amando» y han quedado grabadas en la mente de Alejandro como una llamada directa de Francisco a cumplir con una tarea específica en la que califica como «una experiencia enriquecedora».

 

«El sacerdote debe mirar como miró Jesús, amar como amó Jesús, estar en todas partes»

 

Sea cual sea el futuro que depara a este joven, el pequeño de tres hermanos, es consciente de las actitudes que, independientemente del lugar de misión, debe cumplir un sacerdote: «Debe ser entregado, desinteresarse de sí mismo y poner en el centro a la gente, escuchar mucho porque la gente necesita ser escuchada; acompañar en todo tipo de contextos, circunstancias y ambientes; rezar mucho porque la oración es muy importante… y amar, porque el amor es el centro. Mirar como miró Jesús, amar como amó Jesús, estar en todas partes».

 

«Sembradores de esperanza»

 

Alejandro es uno de los dieciocho seminaristas que se forman en el Seminario diocesano de San José. Comparte estudios y vocación con jóvenes de otras diócesis, como Soria (4), Monterrey, en México (1), y M’Baiki, en la República Centroafriacana (2). Dice que entre los muros del edificio del Paseo del Empecinado se respira «muy buen ambiente» y que conocer las historias y el modo en que sus compañeros viven la vocación «es muy enriquecedor».

 

Allí, además de los estudios y la convivencia, aprenden «pequeñas pildorillas» que les servirán para su futuro ministerio sacerdotal, como la vida de oración y la práctica sacramental, el trabajo en equipo, la importancia del acompañamiento o saber llevar un horario establecido que no les haga perder el tiempo.

 

Con el lema «Sembradores de Esperanza», el 19 de marzo se celebra el día del Seminario. Alejando sabe que, en efecto, los sacerdotes son sembradores de esta virtud, pues en medio del desconcierto actual, ellos pueden poner «cimientos fuertes de fe en los interrogantes e inquietudes que se plantea la gente y, sobre todo, nos comunican a Jesús, que es nuestra auténtica esperanza».