Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta
Queridos hermanos y hermanas:
El 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación del Señor, cuando conmemoramos que el Hijo eterno del Padre asume nuestra humanidad en el seno de María para cumplir la promesa de la eterna salvación, celebramos la Jornada por la Vida.
Traemos al recuerdo el gran acontecimiento que cambió para siempre la historia de la humanidad: el arcángel Gabriel, enviado por Dios, anunciaba a una humilde doncella de Nazaret el plan salvífico del Padre, invitándole a ser la Madre del Hijo unigénito de Dios, el Señor Jesús.
Por eso, recordando este acontecimiento admirable, celebramos la jornada de la vida, porque es la fiesta de la Encarnación del Verbo de Dios. Que el Hijo del eterno Padre partícipe de la naturaleza humana, es la prueba por excelencia del inmenso amor de Dios por todos y cada uno de quienes formamos parte de la humanidad a lo largo de todos los tiempos.
Los obispos de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida afirman que «sólo en Jesucristo encontramos la verdadera respuesta a los anhelos más hondos». En este sentido, a la luz de la revelación y acorde al lema elegido – abrazando la vida, construimos esperanza–, reconocen que «descubrimos con asombro y agradecimiento que cada persona ha sido creada por amor y para amar».
Toda vida humana es un don que proviene del amor de Dios, una buena noticia que conlleva la responsabilidad de cuidar esta gracia que se nos concede desde el su inicio en el seno materno hasta su fin natural; y cómo ha de ser cuidada desde su concepción hasta su paso definitivo a la casa del Padre. Dios bendice en abundancia a la mujer encinta y pone en su seno un latido de amor eterno. Ante esta realidad, las madres «son una luz de esperanza para el matrimonio cristiano y para quienes siguen creyendo en el amor que sobrepasa la comodidad inmediata, donde los hijos son una esperanza para el futuro», revelan los obispos en su carta.
No puedo evitar pensar en esas madres coraje que, durante un embarazo en situaciones complejas, a pesar de atravesar momentos de dificultad o penurias diversas, deciden seguir adelante con el don que el Padre les ha confiado. Su fortaleza y esperanza en la debilidad testimonian su pertenencia al grupo de mujeres fuertes de Dios, las mujeres del Evangelio que Él elige y ama en Cristo (cf. Ef 1, 1-5) y gracias a las cuales se continúa construyendo la civilización del amor.
En esta Jornada por la Vida, instituida por el Papa san Juan Pablo II para «manifestar el gozo por una vida que nace y el respeto y la defensa de toda existencia humana, el cuidado del que sufre o está necesitado, la cercanía al anciano o al moribundo, la participación del dolor de quien está de luto, la esperanza y el deseo de inmortalidad» (Evangelium vitae, 84), reconocemos en cada niño que nace la imagen viva de la gloria de Dios; gloria que celebramos «en cada persona, signo del Dios vivo, icono de Jesucristo» (EV, 84 ss).
El fin fundamental de esta jornada, escribía el san Juan Pablo II en su encíclica Evangelium vitae cuyo XXX aniversario celebramos este día, es «suscitar en las conciencias, en las familias, en la Iglesia y en la sociedad civil, el reconocimiento del sentido y del valor de la vida humana en todos sus momentos y condiciones, centrando particularmente la atención sobre la gravedad del aborto y de la eutanasia», sin olvidar tampoco «los demás momentos y aspectos de la vida, que merecen ser objeto de atenta consideración, según sugiera la evolución de la situación histórica» (EV, 85).
La maternidad conlleva una «comunión especial» con el misterio de la vida, que «madura en el seno de la mujer» (Mulieris dignitatem, 18). Fieles a este designio, ponemos esta Jornada en las manos de la Virgen María, para que Ella –Santuario de la vida– nos recuerde cada día que la herencia preciosa del Señor son el don de los hijos, testimonio perenne del amor de Dios (cf. Sal 127 [126]).
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.