TT Ads

 

Más: galería fotográfica completa

 

En una lluviosa tarde de Viernes Santo, Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa, arzobispo de Burgos, ha presidido la Solemne Conmemoración de la Pasión del Señor, una celebración en la que se recuerda la Pasión de Cristo y, siguiendo una antiquísima tradición de la Iglesia, no hay consagración, sino que se consume el Santísimo Sacramento consagrado en la Santa Misa de la Cena del Señor y conservado en el Monumento Eucarístico. Una liturgia austera y profundamente contemplativa, marcada por el silencio, la proclamación de la Pasión según san Juan y la adoración de la Cruz

 

Sobre el presbiterio le acompañaban el arzobispo emérito, Mons. Fidel Herráez Vegas, y gran parte del Cabildo Metropolitano de Burgos, encabezado por su deán-presidente, Félix José Castro Lara. La liturgia ha comenzado con el arzobispo postrado en el suelo, y el resto de asistentes a la celebración poniéndose de rodillas.

 

La liturgia ha continuado con las lecturas y la proclamación de la Pasión del Señor según san Juan. En el momento en el que el relato anuncia la Muerte del Señor, Mons. Iceta ha indicado a los asistentes que se podían poner de rodillas y se ha vivido un momento de silencio.

 

Concluida la proclamación de la Pasión, Mons. Iceta ha propuesto a los fieles una meditación centrada en cuatro momentos clave del relato evangélico. «Todo está cumplido», ha comenzado recordando el arzobispo, citando las palabras de Cristo en la cruz. Ha explicado que esa plenitud se refiere a la misión que el Padre había encomendado al Hijo: que los hombres tengan vida. «Lo que el Señor cumple es que tú y yo vivamos», ha dicho, evocando el Salmo 39 y el pasaje evangélico del Buen Pastor. «A mí no me quitan la vida —ha recordado que dice Jesús—, yo la entrego voluntariamente». En esa entrega total culmina su amor redentor.

 

Mons. Iceta ha querido detenerse también en el carácter sacrificial de la muerte de Cristo: «Sabéis lo que es un sacrificio, porque lo hacéis cada día», ha dicho dirigiéndose especialmente a los padres y madres de familia. Un sacrificio, ha explicado, es asumir un mal por un bien mayor, por amor a alguien. Como ejemplo, ha citado a quienes estarían dispuestos a donar un órgano a un hijo o a trabajar sin descanso por el bienestar de los suyos. «Eso es lo que hace el Señor por ti», ha afirmado. Y ha subrayado que la voluntad del Padre no es la muerte del Hijo, sino su amor. «El Padre no quiere la sangre del Hijo. Quiere su amor», ha recalcado.

En un tercer momento de su predicación, el arzobispo ha evocado la escena en que Jesús mira a Pedro tras haber sido negado por él. «¿Cuál sería esa mirada?», se ha preguntado. «Seguramente nosotros habríamos mirado con reproche, pero no fue así». Para Mons. Iceta, aquella mirada fue de infinita misericordia: «Pedro, te amo. Me has negado, pero yo te amo». Una mirada que ha comparado con la que Jesús dirigió a la mujer adúltera, a los leprosos y a todos los que se acercaban a Él en busca de consuelo. Frente a los juicios humanos, incluso los que hoy se vierten con dureza en las redes sociales, Jesús ofrece una mirada de perdón y ternura.

Finalmente, Mons. Iceta ha puesto el acento en una de las primeras frases del evangelio proclamado: «¿A quién buscáis?». Una pregunta que, ha dicho, interpela hoy también a cada creyente. «Señor, yo busco a quien me ama. Y como he experimentado tu amor, por eso te busco», ha afirmado, recordando que nadie ha amado como Cristo y que solo Él es capaz de sostenernos en la oscuridad, levantarnos del fango y abrirnos un camino nuevo.

Antes de concluir, el arzobispo ha recordado que, en la Cruz, Cristo nos entrega a su Madre como un don inmenso. «El último gran regalo es tener una madre», ha dicho, destacando que es ella quien convierte la Iglesia en hogar. «Bien sabemos que en las casas donde falta la madre no es lo mismo», ha señalado. Y ha subrayado cómo el pueblo burgalés ha querido honrar a Santa María la Mayor dándole una casa digna de su grandeza. «Esta catedral es imagen y figura del amor de los burgaleses por la Madre», ha afirmado.

Con estas palabras, Mons. Iceta ha invitado a los fieles a contemplar la Cruz como signo del amor redentor y a vivir, especialmente en este Año Jubilar, como «peregrinos de esperanza».

 

Tras la homilía, se ha realizado la Oración de los Fieles, que en la liturgia propia del Viernes Santo es más extensa que en una celebración eucarística. Después, se ha adorado la Cruz, portada hasta el altar mayor por el vicepresidente del Cabildo Metropolitano y prefecto de Liturgia, Agustín Burgos Asurmendi. El arzobispo ha recordado que la colecta del Viernes Santo estará destinada, como es tradición, a los cristianos de los Santos Lugares.

 

Tras la adoración de la Cruz, el deán ha tomado el Santísimo conservado en el Monumento Eucarístico, situado en la capilla de Santa Tecla de la Catedral, y Mons. Iceta y Mons. Herráez han distribuido la sagrada comunión.

 

La liturgia del Viernes Santo ha concluido con el recordatorio de que, hasta la celebración de la Solemne Vigilia Pascual –en la noche del Sábado Santo–, al pasar ante la Cruz se debe realizar una genuflexión.