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Día de fiesta para la archidiócesis de Burgos, que hoy, solemnidad de la Santísima Trinidad, ha celebrado la ordenación de dos nuevos sacerdotes, que engrosan el presbiterio de la archidiócesis. Se trata de Guillermo Pérez Rubio, formado en el Seminario Diocesano de San José, y del monje camaldulense Fr. Enrique García Malo ECMC, del Yermo Camaldulense de Nuestra Señora de Herrera
El altar mayor de la catedral de Burgos ha acogido la ceremonia de ordenación, que ha presidido Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa, arzobispo de Burgos, y que ha concelebrado gran parte del presbiterio diocesano, junto a algunos miembros de la comunidad camaldulense.
«Sacerdotes creíbles y ejemplares»
«Vivimos en el seno amoroso de Dios», ha recordado el arzobispo al inicio de su homilía. Ha afirmado que «la vida cristiana es, antes que comprometerse, recibir», y ha advertido contra el riesgo de pensar que uno puede alcanzar su plenitud por sí mismo: «El gran error de hoy es vivir como si no necesitáramos el amor de Dios».
Mons. Iceta ha centrado parte de su reflexión en el sacerdocio como don recibido y entregado, especialmente en su relación con la Eucaristía. «No hay Iglesia sin Eucaristía», ha insistido, recordando que «la Eucaristía es el centro, fuente y culmen de la vida cristiana», y que «nada puede sustituirla». Ha lamentado que la falta de sacerdotes impida en ocasiones su celebración en todos los pueblos de la archidiócesis.
A los nuevos ordenados les ha pedido ser «sacerdotes creíbles y ejemplares en la conciencia de su propia fragilidad», como ha exhortado recientemente el papa León XIV, y evitar caer en la tentación del protagonismo o la autorreferencialidad: «El Señor no se fía de nuestras fuerzas, sino de nuestra disponibilidad». Añadió que «el pueblo de Dios no nos pertenece: somos sus servidores, para lavar sus pies».
También ha subrayado la importancia de la fraternidad sacerdotal y de la vida espiritual como sostén del ministerio. «La primera reacción ante la dificultad no debe ser encerrarse», ha advertido. «Lo que puede salvarnos es la gracia de Dios y la ayuda de los hermanos».
El arzobispo ha alentado a los ordenandos a ser «ministros de la esperanza», capaces de mirar la realidad «bajo el signo de la reconciliación» y no con criterios meramente humanos. «Para Dios nada hay perdido», ha dicho, y ha animado a vivir el ministerio como un testimonio profético ante los desafíos del mundo de hoy.
Finalmente, ha confiado el camino de los nuevos presbíteros a la Virgen María, «madre de los sacerdotes», y ha pedido que, como ella, aprendan a recibir el don de Cristo y a ofrecerlo con fidelidad y humildad.
Con la imposición de manos y la oración consagratoria, los dos ordenados han recibido el segundo grado del Orden Sacerdotal. Los sacerdotes concelebrantes les han impuesto las manos también. El rito de ordenación ha concluido cuando los dos ordenandos se han revestido con la casulla y sus manos han sido ungidas con el Santo Crisma.
Tras la celebración eucarística, los fieles que han acudido han podido besar las manos de los nuevos sacerdotes.