
La catedral de Burgos acoge hoy sábado uno de los actos diocesanos más importantes de los próximos días con la ordenación de dos nuevos diáconos. Los seminaristas Rodrigo Camarero , del Seminario de San José, y Abner Muñoz , del Seminario Redemptoris Mater Santa María la Mayor recibirán el primer paso en el sacramento del orden de manos del arzobispo, Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa, en una solemne y emotiva liturgia que comenzará a las 11 de la mañana.
Servicio en el altar y a los más necesitados
Como diácono, explican, su labor es ser «un ministro ordenado de la iglesia que se dedica especialmente a servir al altar y a servir a la caridad». Este servicio se concreta, por un lado, en la liturgia, siendo los encargados de predicar y leer el Evangelio, y por otro, en una dedicación especial «a la caridad, en el sentido de acompañar a los más necesitados a nivel material y a nivel espiritual».
A partir de su ordenación, podrán dar la comunión a los fieles, llevarla a los enfermos, acompañar grupos de formación bíblica o catequesis y desarrollar un servicio social. Se trata de un camino que, previsiblemente, les llevará un día no muy lejano a ser sacerdotes.
El origen de una vocación
El descubrimiento de la llamada de Dios ha sido diferente para cada uno. Rodrigo Camarero relata que en su caso surgió en el servicio del altar como monaguillo, al ver el ejemplo de su párroco: «Viéndole a él y y ayudándole en el altar, como dije, pues, yo quiero ser como él». Aunque con los años hubo dudas y un proceso de clarificación, ese fue el germen de su vocación.
Para Abner Muñoz, el camino fue distinto. Por un lado, percibió la «mucha necesidad de presbíteros» en su comunidad del Camino Neocatecumenal. Por otro, la llamada llegó en un momento de crisis personal. «Yo estaba en un en un sinsentido a la vida, no tenía mucha fe», confiesa. Fue en ese contexto donde el Señor le preparó para un encuentro con Jesucristo y para disponerse a la misión.
Ambos destacan el papel fundamental del seminario en su discernimiento. Rodrigo subraya «el acompañamiento por parte de formadores, un sacerdote que te acompaña espiritualmente» y la propia vida comunitaria. Abner agradece a formadores, catequistas y su familia, y reconoce cómo «en la medida en que yo he abierto las mis heridas a la iglesia, en esta medida, pues el señor me ha ido curando, me ha ido ayudando, formándome».
Un don inmenso ante la propia fragilidad
Ante la inminencia de su ordenación, Rodrigo confiesa su vértigo y su meta: «Mi sueño, mi meta es ser santo, es ser un sacerdote santo». Reconoce sentirse un «instrumento superpobre», pero confía plenamente en la gracia de Dios. «La meta es, no es otra que ser santo», afirma con rotundidad.
Abner comparte esa visión, describiendo el diaconado como «un don inmenso» que les «queda muy grande», pero que a la vez es «un misterio». Destaca que Dios «se vale de de nosotros para poder llevar a cabo su obra, que es ser instrumento de salvación para el mundo», una misión para la que confía en que el Señor les dará la gracia necesaria.
A un joven que pueda estar planteándose la vocación, Rodrigo le lanza un mensaje claro: «Que no se conforme con poco». Le anima a buscar a Dios, que «al final es lo que lo que nos llena», y a dejarse guiar por sacerdotes en ese camino para alcanzar la felicidad plena.






