Queridos hermanos y hermanas:
Hoy celebramos la 109ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado: un camino a seguir con un horizonte común hacia una libertad «que debería caracterizar siempre la decisión de dejar la propia tierra», siendo libres «de partir o de quedarse», tal y como afirma el Papa Francisco en su mensaje para esta jornada.
Con el lema Libres de elegir si migrar o quedarse, el mensaje para esta jornada subraya la preocupación por las personas en situación de vulnerabilidad a causa de la emigración, para rezar por ellas y para sensibilizar sobre las oportunidades que ofrecen las migraciones, como defienden desde el Dicasterio para el Servicio Humano Integral.
La huida de la Sagrada Familia a Egipto «no fue fruto de una decisión libre», como tampoco lo fueron «muchas de las migraciones que marcaron la historia del pueblo de Israel», escribe el Santo Padre en su misiva, dejando entrever que migrar «debería ser siempre una decisión libre». Sin embargo, en muchísimos casos, hoy tampoco lo es. La posibilidad de «vivir en paz y con dignidad en la propia tierra», subraya el Papa, «todavía no es un derecho reconocido a nivel internacional».
Aun hoy nos cuesta entender que los migrantes escapan, entre tantas razones, por culpa de la pobreza, del miedo, de la desesperación, de la incertidumbre, de la persecución, de la guerra o de la miseria. En este sentido, esta Jornada desea abordar las casusas del aumento de los flujos migratorios en todo el mundo, poniendo en el foco una serie de condiciones que posibiliten a las personas migrar o quedarse en sus países de origen. En todo caso, es necesario garantizar unas condiciones dignas en las zonas de origen y de destino de estos flujos migratorios.
Como Iglesia «nos duelen estas heridas que afectan a tantas personas y hermanos nuestros» y «nos preguntamos qué estamos haciendo o qué debemos dejar de hacer, para globalizar la corresponsabilidad que garantice un desarrollo humano integral y sostenible para las próximas generaciones», destacan mis hermanos obispos de la Subcomisión de Migraciones y Movilidad Humana de la Conferencia episcopal española.
En concordancia con el mensaje de la Subcomisión, cada migrante es «otro Cristo» porque el Señor Jesús se ha identificado con él (cf. Mt 25). En este sentido, debemos mostrar un profundo agradecimiento y nuestro respaldo y ayuda a todas las realidades eclesiales que trabajan en la Pastoral con migrantes en diferentes contextos de nuestro país: «Ellos contribuyen a encarnar el rostro de una Iglesia samaritana, mostrando el rostro del Dios de Jesús en los migrantes».
Hemos de hacer presente al migrante en la mesa de nuestra vida y en el Banquete del altar, cuando partimos el Cuerpo del Señor y le vemos crucificado y resucitado con Él. Y hemos de hacerlo escuchando su palabra, acogiendo su dolor, sentándole en nuestra mesa, dándole de comer y ofreciéndole un lugar primordial en nuestra casa.
Construyamos puentes, como insiste el Santo Padre, cuidando los canales para una migración segura: dondequiera que las personas decidan construir su futuro, en el país donde se ha nacido o en otro lugar, lo importante es que haya siempre allí una comunidad dispuesta a acoger, proteger, promover e integrar.
Con esta promesa de caminar juntos, le pedimos a Santa María, Consuelo de los migrantes, que nos abra los ojos y las manos y nos ayude a luchar contra toda injusticia que desfigura la belleza de Dios. Que la Virgen nuestra madre, ante nuestras fragilidades humanas, nos enseñe a ser bálsamo, caridad y acogida, y sepamos percibir –como Ella hizo en las Bodas de Caná– el dolor del hermano y estemos prestos a escuchar su palabra. A veces, solo basta un recuerdo: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2, 5).
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.