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  Canarias ha vivido este año un incremento notable en la llegada de migrantes, más de 32.000 según fuentes oficiales. Cientos de cayucos han llegado a las costas del archipiélago –especialmente a la isla de El Hierro– portando personas que buscaban alcanzar una vida mejor. Con todo, se cree que más de 1.500 no han llegado a su destino, una de cada veinte que embarcan. El flujo migratorio ha sido distribuido al resto de comunidades autónomas y Burgos ha acogido ya a 92 personas procedentes de esta «ruta canaria», aunque se prevé que el número siga creciendo.   Por eso, el círculo de silencio celebrado ayer quiso poner el foco en el drama que viven estos migrantes, procedentes en su mayoría de Senegal y Gambia. Viajan durante seis o siete días mecidos por el oleaje y un número considerable de ellos son menores no acompañados. Empujados por las mafias, abandonan sus países por esta vía ante la imposibilidad de hacerlo de forma legal, aprovechando el buen estado del mar. Además, la inestabilidad en el Sahel también favorece el tránsito migratorio.

«Nadie pone a su hijo en un barco a menos que el agua sea más segura que la tierra», se leyó ayer en un manifiesto, repitiendo las palabras de una poetisa somalí. «La violencia, la pobreza y los desastres del medio ambiente siguen siendo las causas que provocan emigraciones forzosas. Si miramos con indiferencia lo que pasa más allá de nuestras fronteras, o incluso en ocasiones somos cómplices, no podemos ahora alarmarnos ni desentendernos de las consecuencias», se denunció. También instaron al gobierno y a los responsables políticos reforzar las estructuras de acogida y a las comunidades autónomas solidaridad para atender sus situación. Se reclamó facilitar atención jurídica y que los políticos sean «responsables en sus discursos públicos», no utilizando a los migrantes para obtener rédito electoral.

Una mirada a Palestina
En el círculo de silencio, celebrado como es habitual en el paseo Sierra de Atapuerca, también se quiso denunciar la situación que atraviesa la población palestina, que vive «atrapada en condiciones inhumanas, sometida a violencia, hambre, sed y falta de sanidad». Junto con la condena a la violencia ejercida por personas de Palestina e Israel, reclamaron «parar ya esa situación» y «que no debe haber un muerto más»: «Hay que buscar caminos de encuentro y diálogo, que Jerusalén debe hacer honor a lo que su nombre significa: ‘Ciudad de paz’».