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El arzobispo de Burgos ha presidido en la mañana de este Miércoles Santo en el altar mayor de la Catedral la misa crismal, en la que ha concelebrado buena parte del presbiterio burgense. Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa ha recordado a los sacerdotes la importancia de «acoger el don del Espíritu Santo para percibir lo que el Señor quiere de nosotros».

Como es tradición, en la celebración ha participado un gran número de sacerdotes con actividad pastoral en la ciudad, pero también en la provincia. Además ha concelebrado representantes de la vida consagrada y de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, los arciprestes, gran parte del Cabildo Metropolitano de Burgos, encabezado por su deán-presidente, Félix José Castro Lara, el decano de la Facultad de Teología del Norte de España, sede de Burgos, Roberto Calvo Pérez, los rectores de los seminarios diocesanos de San José y Redemptoris Mater, Javier Pérez Illera y Javier Martínez Uriarte, los vicarios episcopales y los abades mitrados de Santo Domingo de Silos, Dom Lorenzo Maté OSB, y de San Pedro de Cardeña, Dom Roberto de la Iglesia OCSO.

En su homilía, el arzobispo se ha dirigido especialmente a los sacerdotes, a los que ha invitado a «no perder la esperanza. No hay que confundir esperanza con optimismo. El optimismo es una cuestión psicológica, pero la esperanza es la certeza de que el Señor lleva adelante la historia y ha abierto de par en par las puertas del Cielo para nosotros». Mons. Iceta también ha recordado a los sacerdotes que todos son «hermanos» y les ha pedido que se ayuden «los unos a los otros, como los apóstoles, apreciando nuestras diferencias y también nuestros dones». Ha concluido exhortando a los sacerdotes a «tener miedo a remar mar adentro», a la vez que les mencionaba la importancia del trato personal en la pastoral.

Tras la homilía, los sacerdotes han renovado sus promesas sacerdotales y, tras ello, el pueblo de Dios ha orado por ellos y por el arzobispo. La celebración eucarística ha continuado con normalidad hasta después de la comunión, cuando el arzobispo ha consagrado el santo crisma y bendecido el óleo de los catecúmenos y el de los enfermos.