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La nave central de la catedral de Burgos ha acogido este miércoles la santa misa en la solemnidad de la Natividad del Señor. Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa, arzobispo de Burgos, ha presidido esta celebración, que ha contado con la participación del Mons. Fidel Herráez Vegas, arzobispo emérito, así como de gran parte del Cabildo Metropolitano, dando continuidad a las celebraciones del Tiempo de Navidad iniciadas anoche con la tradicional misa de gallo.

 

En su homilía, el arzobispo ha reflexionado sobre las lecturas del día, destacando cómo «Dios nos ha hablado de un modo nuevo, nos ha hablado con nuestra carne, nos ha hablado con nuestro lenguaje». Mons. Iceta ha subrayado que la Encarnación reestablece la dignidad humana, pues «si Dios no toma nuestra carne, no podíamos llegar a ser a lo que estamos llamados».

 

El prelado burgalés ha explicado tres verbos fundamentales del Evangelio de San Juan: recibir, renacer y contemplar. Sobre este último, ha lamentado que «el hombre contemporáneo, con una vida tan veloz, con una vida con tantos estímulos externos, con una vida tan estresada, hemos perdido la capacidad contemplativa».

 

En contraste, Mons. Iceta ha puesto como ejemplo a las personas mayores del mundo rural de la archidiócesis, que «saben leer a Dios en la vida, saben leer a Dios en lo que nos rodea, leerlo en nuestra familia, leerlo en el trabajo que le ofrecemos, leerlo incluso en la enfermedad cuando viene».

 

El arzobispo ha dedicado una parte importante de su homilía a la paz, señalando que «no solo hace falta paz en el mundo» sino que también «cuánta paz falta en nuestro corazón». Ha explicado que esta paz «es fruto de un amor nuevo, del amor de Dios», que transforma los corazones y hace capaces de perdonar.

 

Para concluir, Mons. Iceta ha resaltado que «ante la pequeñez y sencillez de un niño recién nacido se deponen todas las armas, cesan todas las discordias», y ha pedido que el príncipe de la paz «restalle las heridas de nuestro corazón, devuelva la paz a nuestra vida, a nuestras familias», subrayando que no se trata de una paz «fruto simplemente de componendas humanas, que siempre es una paz inestable», sino del amor y la misericordia que trae el niño de Belén en Navidad.