Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta
Queridos hermanos y hermanas:
La liturgia de la Iglesia conmemora hoy la solemnidad de la Santísima Trinidad, el misterio más insondable de nuestra fe, la comunión de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que realizan la afirmación de la Sagrada Escritura: Dios es Amor.
El Dios Amor, Comunión de las Tres Personas, es el sello indeleble más profundo de la vida del cristiano, el misterio de Dios en sí mismo, la fuente de los demás misterios de la fe. La Santísima Trinidad «es la enseñanza más fundamental y esencial en la jerarquía de las verdades de fe», afirma el número 234 del Catecismo de la Iglesia Católica. Porque toda la historia de la salvación «no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres, los aparta del pecado y los reconcilia y une consigo».
San Juan de la Cruz escribía, en su Cántico Espiritual, que el mirar de Dios es amar (cf. Comentario a la Canción XXXII). Un amor que brota de la mirada del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, pues Dios nos impulsa a vivir con y para los demás.
E igual que la Trinidad, con el gesto de la cruz, nos enseña a vivir a imagen de Dios, esta solemnidad recuerda, de un modo especial, a quienes contemplan el mundo con la mirada de Dios, aquellos que rezan por la Iglesia y por el mundo: los religiosos de vida contemplativa.
Este día de la Vida Contemplativa es una acción de gracias por tantas vidas entregadas sin descanso a la alabanza trinitaria. Es un recuerdo para esos hermanos y hermanas que, cada uno según la propia vocación que Dios les ha regalado, son testimonios vivos y ofrendas derramadas postradas por entero al ejercicio de la caridad. Esta mañana tendré la dicha de presidir los votos solemnes de una hermana de Iesu Communio y por la tarde, en nuestra catedral ordenaré sacerdote a un hermano de la Camáldula de Herrera junto con un sacerdote diocesano. Todos ellos un auténtico regalo de Dios para nuestra Iglesia diocesana.
La jornada Pro Orantibus fija su mirada en tantos rostros desconocidos para el mundo que, atraídos por el amor de Dios, contemplan cada detalle con la misma mirada que a ellos les mira: amando cada silencio, cada esperanza, cada grito, cada lágrima, cada consuelo, cada anhelo, cada plegaria, cada emoción, cada tristeza y cada herida.
Los contemplativos, con la ofrenda de sus vidas, no son llamas autónomas que alumbran cuando sólo quedan desiertos sin luz; son una llama perpetua en la comunión de la Iglesia y para todo el mundo que mantiene despierta la luz de la esperanza, de la fe y de la intercesión ante Dios. En vela, siempre en vela, como faros que brotan del corazón de Dios para llevar a todos hasta Él.
Queridas comunidades contemplativas: oramos para que el amor entrañable que donáis generosamente a través de vuestro carisma, coseche abundantes frutos, resuene allí donde más hiere la soledad y viva cada día la alegría de Dios Amor, comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Ataviados con el costal de la oración, el silencio fecundo y la soledad habitada, dais testimonio de un Amor que nunca se apaga y siempre nos envuelve, prestáis vuestras vidas y transformáis la humanidad desde vuestros monasterios, poblando las manos de Dios de nombres, rostros e historias. Y el Señor, como roca de la eternidad (cf. Is 26, 4) conoce lo más profundo de vuestro corazón y vuestra entrega.
Ponemos vuestras vidas al abrigo del amor de la Virgen María, Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu, para que Ella os ayude a testimoniar –en cada gesto, en cada silencio y en cada oración– el misterio del amor de Dios.
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.