Queridos hermanos y hermanas:
«A los jóvenes les digo: no tengáis miedo, aceptad la invitación de la Iglesia y de Cristo Señor». Con estas palabras, dirigidas por el Papa León XIV en su primer Regina Caeli desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, el Santo Padre expresó la necesidad que tienen los jóvenes de «acogida, escucha y estímulo en su camino vocacional» y, al mismo tiempo, les recordó que pueden contar con «modelos creíbles de entrega generosa a Dios y a sus hermanos».
Hoy, congregados desde todas las partes del mundo en el corazón del Jubileo de los jóvenes, convocado por el Papa Francisco y que estamos celebrando en Roma junto al Papa León XIV, podemos experimentar que Jesús vive en los ojos de quienes viven por Él. «Cristo te ama infinitamente, y su amor por ti no está condicionado por tus caídas o tus errores. Él, que dio su vida por ti, no aguarda a que llegues a la perfección para amarte», expresaba el Papa Francisco en su mensaje del quinto aniversario de la exhortación apostólica postsinodal Christus vivit.
Desde este ilimitado y abundante amor, quisiera enviaros un mensaje renovador, a medida que recopilo algunas escenas jubilares que he vivido con jóvenes en tantas partes del mundo. Quisiera dirigirme, pues, a los peregrinos que este año habéis atravesado la Puerta Santa y le habéis dejado a Cristo entrar en vuestro corazón para renovaros y haceros de nuevo.
Nos dice San Pablo: ¡Estad siempre alegres en el Señor y que vuestra mesura la conozca todo el mundo! (cf. Flp 4, 4-5). Y cuando el mundo se os haga difícil y os fallen las fuerzas, mirad sus brazos abiertos en la Cruz y «dejaos salvar una y otra vez» (CV, 123). Caminad con Él como un amigo, contadle lo que os desconcierta, hacedle partícipe de vuestras alegrías y tristezas, de vuestros sueños, de las angustias y los miedos que ciegan vuestra mirada, de las piedras que os cuesta quitar del camino, de las luces que tantas veces se apagan cuando os olvidáis de su presencia y de los cansancios y las fatigas (cf. Is 40,30). Y, si todavía os faltan razones para el amor, «contemplad su sangre derramada con tanto cariño y dejaos purificar por ella» (ib. CV, 123).
Vuestra vida es renacer, pase lo que pase, una y otra vez. «Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido» (1 Co 15, 17), decía san Pablo a la comunidad de Corinto. Él resucitó, y es primicia de los que han muerto para que vuelvan a la vida. Y estará con vosotros, esperando vuestra visita al otro lado del miedo, cuando no quede nadie más, todos los días, hasta el fin del mundo (cf. Mt 28, 20). Y lo hará cada día, en cada una de las experiencias de vuestra vida y de vuestra fe, mostrándoos un horizonte nuevo, habitado por la fuerza del Amor.
Cristo fue el primero de todos los que un día lo seguirían, como ahora lo hacéis vosotros. Por tanto, esta peregrinación no termina aquí, porque Dios es el manantial de la juventud y, quien confía en su mano, «será un árbol plantado junto al agua, que alarga a la corriente de sus raíces; no teme la llegada del estío, su follaje siempre está verde; en año de sequía no se inquieta, ni dejará por eso de dar fruto» (Jr 17, 8).
Este Año Jubilar, acunado bajo el lema Peregrinos de esperanza, no es una casualidad para vosotros: es la respuesta de Dios a cada una de vuestras dudas. Si esperáis confiados en el Señor, Él renovará vuestras fuerzas, subiréis con alas de águila, correréis sin fatigaros y andaréis sin cansaros (cf. Is 40, 31). Confiad en su promesa, que es eterna, más firme y esperanzada de la que nos ofrece este frágil mundo.
María, la Madre de la Esperanza, nos enseña a esperar el cumplimiento pleno de las promesas de Dios. Su certeza es nuestro anhelo, porque Dios irrumpe en su vida cuando Ella es muy joven y, de manera total, dice sí y se entrega generosamente a su plan. María ha de ser la luz que siempre debemos acoger, cuidar y contemplar. Miradla, permaneced en su amor y «la paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús» (Flp 4, 7).
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.
+ Mario Iceta Gavicagogeascoa
Arzobispo de Burgos