Homilía del arzobispo de Burgos, Mario Iceta Gavicagogeascoa, en la conmemoración de todos los arzobispos, obispos y sacerdotes difuntos de la archidiócesis, pronunciada en la Catedral de Burgos el 3 de noviembre de 2023.

Rom 14, 7-9. 10c-12
Sal 102

Mt 25, 31-46:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones.

Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras.

Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.

Entonces dirá el rey a los de su derecha:

“Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.

Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.

Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”.

Y el rey les dirá:

“En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.

Entonces dirá a los de su izquierda:

“Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”.

Entonces también estos contestarán:

“Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”.

Él les replicará:

“En verdad os digo: lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo”.

Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna».

Homilía del arzobispo de Burgos, don Mario Iceta Gavicagogeascoa, en el XXIV Domingo del Tiempo Ordinario (A), pronunciada en la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, de Pedrosa de Duero, el 17 de septiembre de 2023.

Eclesiástico 27,33–28,9
Salmo 102
Romanos 14,7-9

Mateo 18,21-35:

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.» El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: «Págame lo que me debes.» El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.» Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: «¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?» Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»

La apertura del Archivo Secreto Vaticano saca a la luz la historia de un berlinés de pasado judío que fue liberado por el nuncio de España gracias a la intervención del papa Pacelli.

«Beatísimo Padre. Queráis perdonarme si me confío a Vuestra paternidad y caridad demostrada copiosamente en la asistencia y protección de tantas infelices víctimas de la situación política actual; me permito exponer a Vuestra Benevolencia el caso de Werner Barasch». Con estas palabras, la joven Paola Malchiodi escribe el 9 de febrero de 1942 al papa Pío XII suplicando ayuda para liberar a su amigo, «hijo de Arturo e Irene, nacido en Berlín en 1919, de origen judío, bautizado en junio de 1938 en el Instituto de los Neófitos de Roma» y hecho prisionero «en el campo de concentración de Miranda de Ebro». 

 

Su historia es una de las miles que el papa Francisco ha sacado a la luz al hacer públicas de forma online y para todo el mundo cerca de 2.700 cartas del antiguo «Archivo Secreto» vaticano con las que se desmota el mito del supuesto ‘conchaveo’ entre el papa Pacelli y el régimen nazi. Las historias publicadas demuestran que si bien Pío XII –sabedor de lo que se cocía en Alemania, donde fue nuncio– no pudo condenar públicamente las atrocidades del Tercer Reich, sí actuó en la sombra para prestar ayuda a miles de judíos.

 

Werner emigró de Alemania a Roma en 1933 para comenzar sus estudios. De ahí se trasladó a Suiza y más tarde a París, donde apenas graduado como profesor le sorprendió la guerra en 1939. Huyó a Marsella con la intención de obtener un visado y escapar a Cuba, donde se refugiaba su madre. Pero fue detenido y lo condujeron al campo de concentración de Les Milles, de donde escapó para emprender un largo recorrido en bicicleta hasta llegar a Ginebra. Allí fue de nuevo extraditado, lo condujeron al campo de Argelès-sur-Mer, en Francia, y de ahí a Miranda de Ebro, donde fue obligado a diversos trabajos en la oficina de censura del campo de prisioneros.

 

Fue en Miranda donde se acordó de su vieja amiga romana y decidió enviarle una misiva firmada el 17 de enero de 1941, sabedor de que ella le podría «ayudar desde lejos» en la obtención de su visado para América desde Lisboa. La petición es clara: «Alguna autoridad tiene que dar su consentimiento para mi liberación», explica en la carta. «Pero necesariamente tiene que intervenir una persona de fuera». Y ese candidato para «salvar a estas ovejas», según Werner, no sería otra que el nuncio apostólico de Su Santidad en Madrid, Gaetano Cicognani. «Si lograra con una audiencia a Su Santidad el Papa o por otros medios proponerle mi caso, con lo que tenga que hacer, sería fácil liberarme para partir». «Otros, con esta intervención desde Roma han podido dejar el campo de concentración», explica Werner, sabedor de que la Santa Sede estaba logrando la liberación de varios presos de origen judío. 

 

Malchiodi no duda en escribir al Papa, a quien recuerda que en agosto de 1941 otros solicitaron la intervención del nuncio para mediar en la liberación de Werner. Páginas más adelante del archivo, encontramos una petición de la Secretaría de Estado vaticana solicitando la intervención del nuncio madrileño. 

 

El registro documental [ver páginas 7 a 26] calla sobre el éxito de la comunicación. No hay más cartas. Sin embargo, el United States Holacust Memorial Museum nos da una pista sobre el destino de Werner. Él mismo, en un vídeo grabado cuando sumaba 82 años, cuenta cómo su petición fue escuchada, fue liberado y cruzó el Atlántico para encontrarse con su madre en Estados Unidos. Allí estudió en las Universidades de Berkeley y Colorado, trabajando finalmente como químico toda su vida. Es la historia, con final feliz, de un huido de guerra al que salvó Pío XII de las garras del nazismo.

18 octubre 2022, 12:55 Gloria Varona Varona nació en Huérmeces en 1946 y es Hija de la Caridad. Desde 2001 vive en el país africano, donde colabora en la salud, la educación y la pastoral en un pueblo de 17.000 habitantes.

Gloria Varona es la mayor de tres hermanos, y a los 14 años ingresó en el internado para chicas de las Hijas de la Cáridad en Rabé de las Calzadas. Cursó estudios hasta PREU y después viajó a San Sebastián, donde estudió dos años en el Seminario de Hijas de la Caridad. Desde allí se desplazó a Valladolid para cursar estudios de Magisterio. Pasó después a impartir enseñanza en el Colegio de San José de Santander, donde se involucró para colaborar con un Centro de Menores. También desarrolló su vocación de servicio en pisos de acogida para menores en Valladolid, vinculados a la Junta de Castilla y León. Y en 2001 viajó a la República de Chad, país ubicado en África Central, donde ha desempeñado su tarea educativa y misionera hasta ahora.

 

Fue a los 10 años cuando sintió la llamada, pero hasta los 17 no comprendió verdaderamente que quería entregarse al Señor. «Mi deseo era ser como las manos de Jesús y mostrar el amor que Dios nos tiene. La vocación me vino pronto, pero no la viví hasta años más tarde», recuerda. Su familia, católica, no puso pegas a su decisión. «Yo era una chica muy aplicada en los estudios y cuando les dije que me iba al seminario de las Hijas de la Caridad fue un momento duro, sobre todo para mi madre, pero recuerdo que mi padre me dijo que tenía que hacer mi propia vida y me animó a seguir adelante. A mi madre le costó, pero luego fue una gran alegría para ella», recuerda.

 

Sintió la vocación misionera desde su periodo de estudios en Rabé de las Calzadas, porque por allí pasaban misioneros que estaban en América y las hablaban de muchas cosas. «Además yo leía libros y después, en mi etapa de Santander, tuve la oportunidad de vivir de cerca con los niños de la calle, y trabajar en un centro de menores. Eso, junto con mi vocación por la enseñanza y la experiencia de atender a niños en los pisos de Protección de Menores de la Junta, en Valladolid, con quien colaborábamos las Hermanas de la Caridad, fueron formando en mi un deseo de ayudar y una vocación de servicio por los niños más necesitados», argumenta.

 

Previamente, en España vivió los momentos de un cambio radical en la sociedad, entre los años 1979 y 2000, «en los que se notó muchísimo el incremento de niños y niñas viviendo en situaciones extremas, fruto de familias desestructuradas; fue como un cambio social importante porque afectó a muchas familias y los niños fueron las víctimas».

 

Su experiencia en Chad «ha sido impresionante» y ha marcado su vida. «A Chad fuimos cinco Hermanas de la Caridad, fuimos las primeras porque el obispo nos pidió ayuda para colaborar en la salud, en la educación y en la pastoral. Y eso hemos hecho. Montamos la misión en Bebalem, un pueblo de 17.000 habitantes, donde desarrollamos tareas de educación, trabajamos en diez escuelas de primaria, tres colegios y un liceo, con más de dos mil alumnos de diversas etnias y religiones, y además colaboramos también en temas de salud, atendiendo a niños malnutridos y a discapacitados, haciendo curas por quemaduras o pequeños accidentes. Hay mucho trabajo».

 

Ellas no dan clases, su misión es formar a los maestros que luego las imparten, «que son gente de buena voluntad y que quieren enseñar». «Nosotras les formamos y luego hacemos un seguimiento. Además hemos creado un APA (Asociación de Padres) en cada escuela, para garantizar que funcione, porque los padres son quienes gestionan todo, con la idea de que si algún día nos vamos, las escuelas sigan por su cuenta. Son todas escuelas diocesanas, que se construyen con el permiso del obispo».

 

La situación en el país africano atraviesa muchos problemas y es muy compleja, comenzando por la política, ya que hay una etnia que quiere el poder y surgen muchos conflictos. «El año pasado mataron al presidente y se pensaba en una guerra, aunque nosotras seguimos allí porque estamos a 600  kilómetros de la capital y además porque nos necesitan. Chad es el cuarto país más pobre del mundo».

 

A pesar de las dificultades, las Hijas de la Caridad están muy contentas allí, asegura, «porque hemos conseguido que la sociedad haya dado pasos importantes, como crear conciencia en las familias de que deben enviar a sus hijos a la escuela, ya han sido muchos niños los que han pasado por ellas y han recibido formación para después encontrar un puesto de trabajo. Son escuelas para todos, católicos, protestantes, musulmanes… solo el 25 por ciento son católicos».

James Castro es el nuevo conserje de la Casa de la Iglesia. Es el trabajo que le da estabilidad desde que hace cuatro años tuviera que abandonar su Colombia natal.

Desde el pasado 5 de mayo James Castro es el nuevo conserje de la Casa de la Iglesia. Tomaba el relevo de Rafael López, quien antes de su jubilación le enseñó los secretos de este edificio, en pleno corazón de Burgos y que alberga los principales servicios de la curia y la pastoral diocesanas desde hace poco más de una década, cuando el antiguo palacio arzobispal de la calle Eduardo Martínez del Campo fue sometido a una reforma integral. 

 

A sus 56 años, James solo tiene palabras de agradecimiento a la Iglesia, que «siempre nos ha abierto las puertas en tantos momentos difíciles y de incertidumbre». Y es que, tras varios años buscando un futuro mejor, él, su mujer, Luz, y su hija Juanita parecen haberlo encontrado en Burgos gracias al respaldo de numerosos cristianos, y de forma especial del arzobispo, don Mario Iceta, con quien viven y comparten mesa siempre que lo permite la apretada agenda del prelado: «Es una persona muy humana y muy buena», comenta con aplomo, sabedor de que gracias a él hoy pueden sonreír un poco más a la vida.

 

Y es que la situación que vivían James y su familia en su Colombia natal era ya «insostenible». La complicada economía y «la alta violencia que allí se vive a diario» hicieron que «sí o sí» buscaran una alternativa. Hace seis años, y gracias a un contacto común con el entonces obispo de Bilbao, Luz vino a trabajar al cuidado de la madre y la tía de don Mario. James llegó un par de años más tarde, acompañado de su hija. Recaló en Baracaldo, donde encontró trabajo reparando diferentes iglesias y realizando tareas de mantenimiento y fontanería en varios pisos. «Aprendí mucho en esos años», comenta, aunque el euskera y el estrés de vida de una gran ciudad como Bilbao no fueron fáciles al comienzo. Sus otros dos hijos, Jon Sebastian (de 29 años) y Juan Pablo (de 26), aún están en Colombia, si bien de ciento en viento se acercan a España para pasar unos días en familia. 

 

Trabajo en Burgos

 

Tras la designación de don Mario como pastor de la Iglesia en Burgos, James y su familia se trasladaron también a la ciudad. Juanita se matriculó en el colegio diocesano San Pedro y San Felices y Luz siguió atendiendo a la madre y tía del arzobispo. Y James tomó las riendas de la conserjería de la Casa de la Iglesia: «Mi tarea es cuidar de la Casa, ayudar a su mantenimiento; procurar que todo esté en orden», explica. Además, entre sus competencias figuran atender la portería, responder al teléfono, controlar el correo y recibir a las personas que por allí recalan necesitando algún tipo de servicio. 

 

Desde su trabajo en el que puede considerarse el ‘corazón’ de la archidiócesis, contempla una Iglesia servicial y una ciudad, Burgos, «mucho más católica, tranquila y limpia» que la gran Bilbao. Constata cómo en la Casa de la Iglesia «todo funciona bien» y que las personas que allí trabajan «atienden a los que llegan de la mejor manera posible». Él también quiere contribuir a este buen hacer. Y en ese empeño pone su sonrisa, todavía conociendo los nombres de los sacerdotes y los numerosos pueblos de la provincia y todos los vericuetos de ese gran edificio. «Quiero ayudar a resolver los problemas que trae aquí la gente».