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18 octubre 2022, 12:55 Gloria Varona Varona nació en Huérmeces en 1946 y es Hija de la Caridad. Desde 2001 vive en el país africano, donde colabora en la salud, la educación y la pastoral en un pueblo de 17.000 habitantes.

Gloria Varona es la mayor de tres hermanos, y a los 14 años ingresó en el internado para chicas de las Hijas de la Cáridad en Rabé de las Calzadas. Cursó estudios hasta PREU y después viajó a San Sebastián, donde estudió dos años en el Seminario de Hijas de la Caridad. Desde allí se desplazó a Valladolid para cursar estudios de Magisterio. Pasó después a impartir enseñanza en el Colegio de San José de Santander, donde se involucró para colaborar con un Centro de Menores. También desarrolló su vocación de servicio en pisos de acogida para menores en Valladolid, vinculados a la Junta de Castilla y León. Y en 2001 viajó a la República de Chad, país ubicado en África Central, donde ha desempeñado su tarea educativa y misionera hasta ahora.

 

Fue a los 10 años cuando sintió la llamada, pero hasta los 17 no comprendió verdaderamente que quería entregarse al Señor. «Mi deseo era ser como las manos de Jesús y mostrar el amor que Dios nos tiene. La vocación me vino pronto, pero no la viví hasta años más tarde», recuerda. Su familia, católica, no puso pegas a su decisión. «Yo era una chica muy aplicada en los estudios y cuando les dije que me iba al seminario de las Hijas de la Caridad fue un momento duro, sobre todo para mi madre, pero recuerdo que mi padre me dijo que tenía que hacer mi propia vida y me animó a seguir adelante. A mi madre le costó, pero luego fue una gran alegría para ella», recuerda.

 

Sintió la vocación misionera desde su periodo de estudios en Rabé de las Calzadas, porque por allí pasaban misioneros que estaban en América y las hablaban de muchas cosas. «Además yo leía libros y después, en mi etapa de Santander, tuve la oportunidad de vivir de cerca con los niños de la calle, y trabajar en un centro de menores. Eso, junto con mi vocación por la enseñanza y la experiencia de atender a niños en los pisos de Protección de Menores de la Junta, en Valladolid, con quien colaborábamos las Hermanas de la Caridad, fueron formando en mi un deseo de ayudar y una vocación de servicio por los niños más necesitados», argumenta.

 

Previamente, en España vivió los momentos de un cambio radical en la sociedad, entre los años 1979 y 2000, «en los que se notó muchísimo el incremento de niños y niñas viviendo en situaciones extremas, fruto de familias desestructuradas; fue como un cambio social importante porque afectó a muchas familias y los niños fueron las víctimas».

 

Su experiencia en Chad «ha sido impresionante» y ha marcado su vida. «A Chad fuimos cinco Hermanas de la Caridad, fuimos las primeras porque el obispo nos pidió ayuda para colaborar en la salud, en la educación y en la pastoral. Y eso hemos hecho. Montamos la misión en Bebalem, un pueblo de 17.000 habitantes, donde desarrollamos tareas de educación, trabajamos en diez escuelas de primaria, tres colegios y un liceo, con más de dos mil alumnos de diversas etnias y religiones, y además colaboramos también en temas de salud, atendiendo a niños malnutridos y a discapacitados, haciendo curas por quemaduras o pequeños accidentes. Hay mucho trabajo».

 

Ellas no dan clases, su misión es formar a los maestros que luego las imparten, «que son gente de buena voluntad y que quieren enseñar». «Nosotras les formamos y luego hacemos un seguimiento. Además hemos creado un APA (Asociación de Padres) en cada escuela, para garantizar que funcione, porque los padres son quienes gestionan todo, con la idea de que si algún día nos vamos, las escuelas sigan por su cuenta. Son todas escuelas diocesanas, que se construyen con el permiso del obispo».

 

La situación en el país africano atraviesa muchos problemas y es muy compleja, comenzando por la política, ya que hay una etnia que quiere el poder y surgen muchos conflictos. «El año pasado mataron al presidente y se pensaba en una guerra, aunque nosotras seguimos allí porque estamos a 600  kilómetros de la capital y además porque nos necesitan. Chad es el cuarto país más pobre del mundo».

 

A pesar de las dificultades, las Hijas de la Caridad están muy contentas allí, asegura, «porque hemos conseguido que la sociedad haya dado pasos importantes, como crear conciencia en las familias de que deben enviar a sus hijos a la escuela, ya han sido muchos niños los que han pasado por ellas y han recibido formación para después encontrar un puesto de trabajo. Son escuelas para todos, católicos, protestantes, musulmanes… solo el 25 por ciento son católicos».

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