La apertura del Archivo Secreto Vaticano saca a la luz la historia de un berlinés de pasado judío que fue liberado por el nuncio de España gracias a la intervención del papa Pacelli.

«Beatísimo Padre. Queráis perdonarme si me confío a Vuestra paternidad y caridad demostrada copiosamente en la asistencia y protección de tantas infelices víctimas de la situación política actual; me permito exponer a Vuestra Benevolencia el caso de Werner Barasch». Con estas palabras, la joven Paola Malchiodi escribe el 9 de febrero de 1942 al papa Pío XII suplicando ayuda para liberar a su amigo, «hijo de Arturo e Irene, nacido en Berlín en 1919, de origen judío, bautizado en junio de 1938 en el Instituto de los Neófitos de Roma» y hecho prisionero «en el campo de concentración de Miranda de Ebro». 

 

Su historia es una de las miles que el papa Francisco ha sacado a la luz al hacer públicas de forma online y para todo el mundo cerca de 2.700 cartas del antiguo «Archivo Secreto» vaticano con las que se desmota el mito del supuesto ‘conchaveo’ entre el papa Pacelli y el régimen nazi. Las historias publicadas demuestran que si bien Pío XII –sabedor de lo que se cocía en Alemania, donde fue nuncio– no pudo condenar públicamente las atrocidades del Tercer Reich, sí actuó en la sombra para prestar ayuda a miles de judíos.

 

Werner emigró de Alemania a Roma en 1933 para comenzar sus estudios. De ahí se trasladó a Suiza y más tarde a París, donde apenas graduado como profesor le sorprendió la guerra en 1939. Huyó a Marsella con la intención de obtener un visado y escapar a Cuba, donde se refugiaba su madre. Pero fue detenido y lo condujeron al campo de concentración de Les Milles, de donde escapó para emprender un largo recorrido en bicicleta hasta llegar a Ginebra. Allí fue de nuevo extraditado, lo condujeron al campo de Argelès-sur-Mer, en Francia, y de ahí a Miranda de Ebro, donde fue obligado a diversos trabajos en la oficina de censura del campo de prisioneros.

 

Fue en Miranda donde se acordó de su vieja amiga romana y decidió enviarle una misiva firmada el 17 de enero de 1941, sabedor de que ella le podría «ayudar desde lejos» en la obtención de su visado para América desde Lisboa. La petición es clara: «Alguna autoridad tiene que dar su consentimiento para mi liberación», explica en la carta. «Pero necesariamente tiene que intervenir una persona de fuera». Y ese candidato para «salvar a estas ovejas», según Werner, no sería otra que el nuncio apostólico de Su Santidad en Madrid, Gaetano Cicognani. «Si lograra con una audiencia a Su Santidad el Papa o por otros medios proponerle mi caso, con lo que tenga que hacer, sería fácil liberarme para partir». «Otros, con esta intervención desde Roma han podido dejar el campo de concentración», explica Werner, sabedor de que la Santa Sede estaba logrando la liberación de varios presos de origen judío. 

 

Malchiodi no duda en escribir al Papa, a quien recuerda que en agosto de 1941 otros solicitaron la intervención del nuncio para mediar en la liberación de Werner. Páginas más adelante del archivo, encontramos una petición de la Secretaría de Estado vaticana solicitando la intervención del nuncio madrileño. 

 

El registro documental [ver páginas 7 a 26] calla sobre el éxito de la comunicación. No hay más cartas. Sin embargo, el United States Holacust Memorial Museum nos da una pista sobre el destino de Werner. Él mismo, en un vídeo grabado cuando sumaba 82 años, cuenta cómo su petición fue escuchada, fue liberado y cruzó el Atlántico para encontrarse con su madre en Estados Unidos. Allí estudió en las Universidades de Berkeley y Colorado, trabajando finalmente como químico toda su vida. Es la historia, con final feliz, de un huido de guerra al que salvó Pío XII de las garras del nazismo.

150 adolescentes y jóvenes provenientes de varias parroquias, movimientos apostólicos y colegios de toda la provincia han participado «con deportividad» -según los organizadores- en la tercera edición del «Torneo San José». Se trata de una competición que promueve cada año la delegación de Pastoral Vocacional con el objetivo de dar a conocer el Seminario y difundir los valores del deporte desde el punto de vista cristiano.

 

En total, han sido 18 los equipos que han participado en el torneo, divididos en dos categorías: menores de 14 años y de 14 a 18 años. Han pasado la jornada compitiendo en tres campos de fútbol: dos del propio Seminario y uno en el colegio Campolara, que también ha colaborado en el desarrollo del evento y cuya pista cubierta ha servido para resguardarse de la tormenta. Aún así, el tiempo ha respetado en general y los participantes han podido disfrutar, además, de otros juegos alternativos, como boley, ping pong y chapuzón en la piscina del centro de estudios. En la categoría de los pequeños el trofeo se lo ha llevado el equipo proveniente del colegio diocesano San José Artesano y Santa María La Nueva, mientras que el vencedor de la categoría de los mayores ha sido un grupo de jóvenes pertenecientes al Camino Neocatecumenal.

 

Pastoral vocacional

 

El torneo San José es una de las actividades que se promueven en la diócesis para suscitar vocaciones a la vida sacerdotal. Ha coincidido con el último fin de semana de Preseminario y, a la vista del próximo año académico -ya ha comenzado el plazo de inscripción en el centro académico y formativo- los promotores vocacionales de la diócesis planean ya sus próximas actividades.

 

La última semana del presente mes tendrá lugar la tradicional «convivencia de los nuevos», para aquellos chavales que desean ingresar en el Seminario el próximo curso. Además, preparan también su tradicional «Campamento de Monaguillos» y el «Campamento Europa», un campamento volante en torno al Camino de Santiago para jóvenes mayores de 15 años durante la primera semana de julio.