Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, solemnidad de la Ascensión del Señor, celebramos la 58ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Con el tema Inteligencia artificial y sabiduría del corazón: para una comunicación plenamente humana, ahondamos en la labor de todos los comunicadores que, merced a su incansable y noble servicio, nos recuerdan el papel esencial de su misión para el desarrollo de las personas y de las sociedades libres y humanas.
La evolución de los sistemas de la inteligencia artificial «está modificando radicalmente la información y la comunicación» y, por añadidura, «algunos de los fundamentos de la convivencia civil», señala el Papa Francisco en su mensaje para esta jornada. De este cambio que nos afecta a todos, nace un asombro que oscila «entre el entusiasmo y la desorientación», tal y como insiste el Santo Padre, y «nos coloca inevitablemente frente a preguntas fundamentales: ¿qué es el hombre? ¿Cuál es su especificidad y cuál será el futuro de esta especie nuestra llamada homo sapiens, en la era de las inteligencias artificiales? ¿Cómo podemos seguir siendo plenamente humanos y orientar hacia el bien el cambio cultural en curso?».
Inmersos en esta perspectiva que no podemos guardar en el cajón del olvido, hemos de comenzar a vivir esta época como una nueva oportunidad y no como un peligro. Es evidente que la aparición de la inteligencia artificial esboza su desbordante capacidad de construir una «nueva casta» –como define el Pontífice en su carta– basada en el dominio de la información en todas y cada una de sus dimensiones, pero también puede conducirnos hacia una vía adecuada, oportuna y veraz que amplíe nuestro campo de conocimiento al servicio de un adecuado progreso de la humanidad.
La sociedad de nuestro tiempo «vive impregnada» por esta nueva realidad «creada por la inteligencia artificial: una revolución más en un mundo en cambio permanente», destacan los obispos de la Comisión Episcopal para las Comunicaciones Sociales. Si nos adentramos en esta nueva revolución, descubrimos cómo «es capaz de crear contenido nuevo, de ordenar el contenido existente y de ofrecer mundos paralelos a las realidades que vivimos». Tanto es así que «aunque está en sus inicios –advierten los obispos– ya se puede decir que supera lo que supuso Internet a finales del siglo pasado, o las redes sociales al principio de este». Y no se alejan de la realidad cuando exponen que toda comunicación veraz y objetiva es, de manera especial en este tiempo, una necesidad para vivir en libertad y en verdad.
Observamos, día tras día y de la mano del mundo de la comunicación (del que no podemos pasar de largo), estos nuevos avances que nos hacen cuestionar hasta dónde será capaz de incidir en nosotros este nuevo modo de comunicarnos. En este sentido, en lo que atañe a las personas, «no sólo debe respetar y proteger la dignidad humana», sino que «debe asentarla y fortalecerla», apuntan los obispos en su carta. Desde ese horizonte, miramos a la inteligencia artificial como una oportunidad valiosa al servicio de la comunicación, siempre y cuando deje de ser un medio «con capacidad de interpretar la realidad o la actualidad según sesgos desconocidos, con empuje para ofrecer soluciones o conclusiones ajenas al corazón del hombre». Un rasgo, sugiere la Comisión Episcopal para las Comunicaciones Sociales, que los diferencia: «Las tecnologías no tienen corazón, pero las personas sí».
Estamos llamados a crecer juntos, «en humanidad y como humanidad», recalca el Santo Padre. Y a veces, se trata solamente de vivir con el corazón dócil y escuchar, con prudencia, para saber discernir lo bueno y lo malo (cf. 1 Re 3, 9).
Queridos comunicadores sociales: gracias por vuestra impagable labor al servicio de la verdad, la libertad y la dignidad humana. Esta revolución digital ha de animaros a ser evangelios vivos, veraces y creíbles en medio de las redes, a ser libres y responsables en vuestros modos y formas, a desconectaros de vuestro propio yo para conectaros con las necesidades de las personas, a entretejer vuestra humanidad con aquellos que –detrás de una pantalla, de unos auriculares o de un periódico– anhelan una información veraz, una palabra habitada, un gesto que edifique, una mirada fraterna que genere paz. Y vosotros sois, sin duda alguna, ese cauce por donde Dios entra –a veces de manera suave y delicada, y otras como un torrente imparable– para derramarse en aquellos que necesitan de voces como las vuestras para continuar viviendo con esperanza.
Os encomendamos a la Virgen María, la que Dios eligió como su preferida para anunciar las grandes cosas que Él hizo en su corazón (cf. Lc 1, 49). Que Ella cincele vuestra mente y adorne vuestra voz para que permanezcáis siempre sensibles a los sentimientos de quienes desean abrazar profundamente el amor de Dios.
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.