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En 1472, el papa Benedicto XIII determinó que el viernes anterior al Domingo de Ramos los cristianos meditasen sobre el dolor de la Virgen María durante la pasión de Cristo. Sin embargo, siglos más tarde, Pío XII trasladó la fiesta al 15 de septiembre y, aunque el concilio Vaticano II determinó eliminar las fiestas “duplicadas” del calendario, lo cierto es que la devoción popular sigue conociendo este día como el ‘Viernes de Dolores’. Máxime cuando la reforma del misal del año 2000 conserva la memoria dedicada a la Santísima Virgen de los Dolores como alternativa para la celebración del Viernes de la Semana de Pasión. Un día en que el dolor, el silencio y la sobriedad se dan la mano como pórtico de la Semana Santa. Y este año, además, la lluvia.

La borrasca Olivier ha impedido que el Cristo de la Salud salga este año a la calle. Pero aún sin procesión, el resto de la liturgia preparada se ha desarrollado con la misma sobriedad bajo techo, en la iglesia de San Cosme y San Damián, donde cofrades de diferentes hermandades de la ciudad han hecho voto de silencio al comenzar los días grandes de la Pasión de Cristo.

Vestidos con hábito franciscano (en recuerdo de la cofradía primigenia de la Semana Santa de Burgos, sita en el extinto convento de San Francisco) y después de haber recibido la absolución en el sacramento de la penitencia, los cofrades han procesionado la robusta talla del siglo XVI por las naves del templo hasta la puerta de la iglesia. Sólo los sutiles golpes de un bombo rompían el silencio. Otros penitentes han portado un gran pebetero de incienso, donde se han quemado sus peticiones mientras rezaban por los cofrades fallecidos en el último año. La capucha y los faroles encendidos han sido símbolos de la penitencia que querían cumplir los cofrades que han asistido a la celebración.