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Fotografías de Rodrigo Mena Ruiz para la archidiócesis de Burgos
El arzobispo de Burgos, Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa, ha presidido esta mañana en la catedral la solemne Misa Estacional del Domingo de Pascua. En su homilía, ha proclamado con alegría la victoria de Cristo sobre la muerte, al tiempo que ha subrayado que «el Señor ha vuelto a una vida nueva, a una vida plena» y que su resurrección «es una fiesta para toda la humanidad».
La celebración eucarística ha contado con la presencia del paso de Cristo Resucitado, que ha llegado en procesión desde la parroquia de la Sagrada Familia, y ha estado concelebrada por el arzobispo emérito de Burgos, Mons. Fidel Herráez Vegas, por el párroco de la Sagrada Familia, Donato Miguel Gómez Arce, y por dos canónigos del Cabildo Metropolitano. También han estado presentes el presidente de la Junta de Semana Santa de Burgos, Luis Manuel Isasi; el vicepresidente, Jaime Prado; y representantes de las hermandades y cofradías de la Semana Santa.
En los ritos iniciales, el arzobispo ha aspergido el agua bendecida durante la Vigilia Pascual, celebrada en la noche del Sábado Santo. Se ha celebrado la liturgia de la Palabra y, antes del Evangelio, se ha proclamado la Secuencia de Pascua.
«Resucita para nosotros»
En su homilía, Mons. Iceta ha recordado que Cristo no resucita para sí mismo, sino «para nosotros», ya que «si Él no toma nuestra carne, nuestra vida es incompleta, no puede llegar a su plenitud». En su reflexión sobre el Credo, ha aludido al momento en que se proclama que descendió a los infiernos, para explicar que este término representa la experiencia humana más profunda de soledad y oscuridad: «El infierno es la ausencia total de amor. Y si hay ausencia total de amor hay una infinita soledad».
Frente a esta situación, ha afirmado que «el Señor viene precisamente a sumergirse a los infiernos más profundos de la humanidad para abrir la puerta de la luz». Así, al contemplar el sepulcro vacío y la piedra removida, ha explicado que «en nuestra oscuridad y nuestros sepulcros y nuestros infiernos entra la luz, entra el aire, entra el Señor».
«El Señor viene a desatarnos»
Deteniéndose en el detalle de los lienzos y el sudario ordenados en el sepulcro, ha indicado que Cristo no solo ha salido de la tumba, sino que ha vencido las ataduras de la muerte: «El Señor viene a desatarnos de nuestras esclavitudes, de lo que nos oprime». Esta victoria de Cristo, ha dicho, permite transformar nuestra existencia: «El sepulcro quedó iluminado y quedó abrazado por la esperanza y quedó transformado por la vida».
Aludiendo al relato evangélico, ha destacado el papel de María Magdalena, que fue a buscar al Señor con amor y acabó anunciando su resurrección a Pedro y a Juan. En este gesto ha reconocido una invitación para toda la Iglesia: «Entrar en el misterio, ver y creer».
«Bienaventurados los que sin ver creerán»
Al narrar cómo Pedro y Juan entraron en el sepulcro vacío, el arzobispo ha citado los tres verbos clave del Evangelio: «Entró, vio y creyó». Ha insistido en que la Resurrección es un misterio de fe que se acoge en el corazón: «Señor, yo creo». Y ha recordado las palabras que Jesús dirige a Tomás: «Bienaventurados los que sin ver creerán».
Ese testimonio, ha afirmado, es el que ha sido transmitido a lo largo de los siglos hasta llegar a cada cristiano: «Creerán por el testimonio de la Resurrección. Y esos somos nosotros».
«El Señor nos ha librado del miedo»
Mons. Iceta ha explicado que Cristo no solo nos ha liberado de la muerte, sino también del temor que la acompaña: «¿Tenemos miedo al fracaso? ¿Tenemos miedo a la soledad? ¿Vivimos con desconfianza viendo lo que nos rodea? Tantos miedos que son semillas de muerte». Frente a ellos, ha anunciado con firmeza: «El Señor nos dice: no tengas miedo, yo estoy contigo. Yo te sostengo».
La presencia del Señor Resucitado, ha dicho, llena la vida del creyente de esperanza y fortaleza: «Te he unido a ti, a mí para siempre. Para que vivas con mi vida».
«Llevamos la luz de Cristo»
Al concluir, ha recordado el signo de la luz en la Vigilia Pascual, donde cada fiel porta una vela encendida en el cirio pascual: «Para que llevemos la luz, no nuestra luz, la luz de Cristo. Para que la portemos a tantos lugares donde hay infierno y donde hay muerte».
Esa luz, ha afirmado, debe alcanzar a las personas angustiadas, desorientadas o sin esperanza. Por ello, ha proclamado que esta fiesta «no sólo es para la Santa Iglesia, es una fiesta para toda la humanidad», ya que Cristo «se ofrece a toda la humanidad para llevarla a su plenitud, para sanar todos los corazones heridos, para curar toda discordia y todo desamor».
Como colofón, ha invocado la intercesión de la Virgen María, «que siempre esperó y que siempre confió», para que acompañe al pueblo de Dios con su paz y su esperanza en este Tiempo Pascual.
Bendición apostólica
La celebración eucarística ha concluido con el arzobispo impartiendo la bendición apostólica –con indulgencia plenaria siguiendo las condiciones de confesión sacramental, comunión eucarística y oración por el Sumo Pontífice– y con el canto del Regina Cœli, antes de acudir a la plaza del Rey San Fernando, donde se ha celebrado la procesión del Anuncio Pascual, con el encuentro del paso de Cristo Resucitado y el de la Virgen de la Alegría, proveniente de la parroquia de San Nicolás de Bari.