Este Miércoles Santo, el altar mayor de la catedral de Burgos ha acogido la celebración de la Santa Misa Crismal en la que, como cada Semana Santa, se bendicen los Santos Óleos y se consagra el Santo Crisma que serán utilizados en la administración de los sacramentos durante el año. La celebración eucarística ha estado presidida por Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa, arzobispo de Burgos, y concelebrada por Mons. Fidel Herráez Vegas, arzobispo emérito, así como por Mons. Cecilio Raúl Berzosa Martínez, obispo emérito de Ciudad Rodrigo; Dom Lorenzo Maté Sadornil OSB, abad del Monasterio de Santo Domingo de Silos; y Dom Roberto de la Iglesia OCSO, abad del Monasterio de San Pedro de Cardeña.
Como es tradición, en la celebración de la Misa Crismal ha participado un gran número de sacerdotes de la archidiócesis, con actividad pastoral en la ciudad y también en la provincia. Además han concelebrado los vicarios episcopales, los representantes de la vida consagrada y de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, los arciprestes, gran parte del Cabildo Metropolitano de Burgos, encabezado por su deán-presidente, Félix José Castro Lara, el decano de la Facultad de Teología del Norte de España, sede de Burgos, Roberto Calvo Pérez y los rectores de los seminarios diocesanos de San José y Redemptoris Mater, Javier Pérez Illera y Javier Martínez Uriarte. Todos ellos han renovado sus promesas presbiterales.
«La comunión es un don del Espíritu Santo
En la homilía de la Misa Crismal, el arzobispo ha centrado su reflexión en los tres grandes ejes que configuran esta liturgia: Cristo como el Ungido, los óleos sagrados y la renovación del ministerio sacerdotal. «La liturgia de hoy tiene como tres elementos fundamentales: Cristo, el ungido; el santo óleo; y nuestra renovación de las promesas sacerdotales», ha resumido al comienzo de su predicación.
Mons. Iceta ha explicado el significado profundo de la unción, que define la identidad misma de Cristo. «Cristo: ‘Mesías’, en arameo; ‘Khristós‘, en griego; ‘Ungido’, en español. El que porta el Espíritu», ha recordado. Y ha subrayado que su misión es «un ministerio de anuncio y de consolación», como ya profetizó Isaías: proclamar la libertad, consolar a los oprimidos, devolver la vista a los ciegos.
La homilía ha destacado la relación entre el óleo y la misericordia, a través del paralelismo etimológico en griego: eláion (‘aceite’) y eleos (‘misericordia’). «Es un óleo que porta misericordia, el aceite que derrama la misericordia sobre todo sufrimiento humano, y es el que porta el Señor», ha afirmado. Y ha vinculado esta unción al momento más doloroso de la Pasión: «El Ungido va a entrar en Getsemaní, que significa ‘prensa de aceite’. Es curioso: el Ungido va a ser prensado, es decir, el don del Espíritu Santo va a ser tensionado por la violencia y por la muerte».
Cristo, ha explicado, se convierte en cauce del Espíritu y en soporte de nuestra propia redención. Citando a san Gregorio de Elvira, ha recordado que «nosotros no podemos recibir el Espíritu si no es a través del Cuerpo de Cristo». Porque el Espíritu, ha subrayado, no es una fuerza genérica, sino que «conforta la Pasión del Señor y conforta nuestra pasión».
Mons. Iceta ha insistido en que la comunión eclesial no nace de afinidades personales, sino del Espíritu: «La comunión no es fruto de nuestra afectividad, de que nos caigamos mejor o peor. Es un don del Espíritu Santo». Y ha remarcado que este don «sana toda herida, transforma la muerte en esperanza, hace una creación nueva».
En este contexto, ha explicado el sentido profundo de los óleos que se bendicen en esta misa: el Óleo de los Catecúmenos, que prepara para el bautismo; el Santo Crisma, que sella la confirmación y la ordenación; y el Óleo de los Enfermos, que lleva consuelo y fortaleza a quienes sufren. «El don del Espíritu Santo hace nuevas todas las cosas, rehace toda la humanidad», ha afirmado.
«Que seamos mensajeros de la salvación y la misericordia»
La segunda parte de la homilía de la Misa Crismal se ha centrado en el ministerio sacerdotal. «Uno es el sacerdote: Jesucristo. Y nosotros participamos de su ministerio», ha recordado, repasando las tres unciones que han marcado la vida de cada presbítero: en el bautismo, en la confirmación y en la ordenación. «A través de nuestras manos llega el Espíritu Santo: en la epíclesis, en el perdón, en la unción de los enfermos», ha dicho.
Mons. Iceta ha invitado a sus sacerdotes a mirar con verdad su fragilidad antes de renovar las promesas: «El Espíritu nos tiene que sanar. Me tiene que sanar a mí. Nos tiene que sanar a cada uno de nosotros». Y ha citado al papa Francisco al recordar que «la Iglesia es un hospital de campaña, y los primeros atendidos somos nosotros».
En este punto, ha animado a vivir el presbiterio como un espacio de confianza y ayuda mutua: «Tenemos que mostrar estas llagas seguramente a un hermano sacerdote, y de su mano, también sobre nosotros, recibiremos esa curación». Ha puesto en valor la diversidad de carismas entre los presbíteros, pero ha insistido en que «la unidad no la genera la simpatía, sino el Espíritu Santo».
Al finalizar, ha elevado una súplica personal: «Sumérgeme en ese crisma, renuévame por dentro. Que al renovar las promesas, renueves en mí la alegría de tu presencia». Y ha pedido al Señor que el ministerio sacerdotal esté marcado por la entrega: «Tú has dado la Sangre por cada uno de ellos, y me pides que yo también participe en esta donación».
La homilía de la Misa Crismal ha concluido con una referencia al Jubileo Universal de la Iglesia, que celebramos este 2025 bajo el lema Peregrinos de esperanza. Mons. Iceta ha invitado a sus sacerdotes a vivir y contagiar esa esperanza: «Es el vino nuevo que nos introduce la alegría del Espíritu Santo. Que también nosotros seamos, en el pueblo santo que se nos confía, mensajeros y operadores de la salvación, del consuelo y de la misericordia».
Tras la homilía, los presbíteros han renovado las promesas sacerdotales y, después de la consagración, en un «signo de esperanza» ofrecido «a los enfermos que están en sus casas», el arzobispo ha bendecido en primer lugar el Óleo de los Enfermos. Ya tras la comunión, ha consagrado el Santo Crisma y bendecido el Óleo de los Catecúmenos, que serán distribuidos en los próximos días a todos los templos y comunidades cristianas de la archidiócesis para acompañar la vida sacramental del Pueblo de Dios a lo largo de todo el año.
El arzobispo ha concluido la celebración de la Misa Crismal con un sentido agradecimiento a los sacerdotes de la archidiócesis, por su «entrega» y su «testimonio», así como por su «perseverancia y fortaleza» en las dificultades, y les ha pedido perdón «por sus deficiencias». «Si a veces defraudo vuestras expectativas, no es fruto de una mala voluntad sino de mis defectos y limitaciones», ha afirmado.