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Marie Lucia Monsheneke, católica congoleña y presidenta de Famek Elkartea, ha protagonizado la segunda y última sesión de las jornadas de diálogo cristiano-musulmán organizadas por la Delegación de Pastoral para las Migraciones y la Movilidad Humana. Desde su experiencia como migrante y activista, ha compartido el papel central de la fe en su vida y en la de muchas personas migrantes.

 

«¿Dónde está Dios? Siempre está ahí», ha afirmado al inicio de su intervención, relatando cómo la oración actúa como «estrategia de resistencia emocional» tanto en el país de origen como en el tránsito o en el destino. Recordó que fue «la Virgen María quien me enseñó a Jesús» y destacó cómo, en su actual labor en Bilbao, las parroquias funcionan como espacios de acogida a pesar de las dificultades idiomáticas.

 

Desde su asociación de mujeres kongovascas, formada por creyentes de diversas confesiones, trabaja para abrir espacios de convivencia y apoyo, especialmente a mujeres migrantes que en ocasiones dejan de acudir a la iglesia por causas relacionadas con su matrimonio. También impulsa iniciativas como coros africanos que participan en la liturgia o acciones de denuncia social.

 

«Cada uno venimos con una caja cerrada, que aquí tenemos que abrir al contacto con otros creyentes y no creyentes», ha dicho. Para Monsheneke, la fe es una fuente de fuerza para transformar la realidad. Su testimonio ha dado paso a un momento de convivencia en torno a un cuscús compartido con té y pastel, en la residencia jesuita donde conviven jóvenes africanos con la comunidad religiosa.